Darjeeling
La segunda vez que se levantó se puso el chal de flores que colgaba detrás de la puerta. Salió de la habitación. Caminó sin encender la luz, no quería despertar a su marido que resoplaba en la cama. Daba igual, la oscuridad no era un obstáculo, tantas veces recorría la casa durante el día que podía andar por ella con los ojos cerrados, solo debía estar atenta de no pisar a Kitty, que desde la partida de Billy deambulaba entre las habitaciones buscándolo, así como ella misma hacía camuflada en el silencio de la madrugada. Bajó al primer piso y deslizó la puerta corrediza que separaba la cocina de la habitación de Billy, miró al interior solo para comprobar lo que ya sabía, que la cama seguía igual, sin tender.
Eran casi las 4:00 de la mañana, no sentía sueño ni deseos de volver a la habitación, así que decidió quedarse en la cocina en compañía del suave goteo del lavaplatos y el golpeteo del reloj de pared. Tomó un pequeño taburete de madera que guardaba debajo del fregadero y lo acercó al mesón de la cocina. Se subió en él y desde allí estiró su cuerpo, pies en punta y el brazo izquierdo a toda su extensión, de entre los tarros de la alacena, sacó un paquete rectangular envuelto en papel. Descendió, puso el pequeño paquete sobre mesón. Levantó las esquinas de la envoltura y floreció una lata té de bordes redondos, figuras en relieve y de un color rojizo brillante, que casi rompió el silencio de la madrugada. Abrió la caja, el olor de las hojas secas entró a sus pulmones, recorrió su cuerpo y se transformó en la sangre que sacudió su interior. Encendió la hornilla y puso a hervir el agua. Preparó la infusión y se sentó en el comedor a beber despacio, hubiera querido un poco de leche, pero las alergias de su marido erradicaron los lácteos de la casa. Sin embargo, bebió y cada sorbo era un triunfo contra el frio. Así estuvo durante dos tazas más.
Llegó la mañana. Los perros ladraban a los niños que iban de camino al instituto, los bebes lloraban en las casas vecinas, los murmullos de las conversaciones y despedidas se mezclaban con el ruido de los carros y los buses que pasaban cerca. El sonido de la radio la trajo de vuelta a casa. Su marido salió de la habitación con el radio encendido, paseaba con él, lo llevaba al baño mientras se duchaba y luego de vuelta a la habitación, el cacareo de las noticias iba y venía, cada vez más cerca de la cocina, anunciando su llegada. Ella puso sobre la mesa una taza de café negro, un plato con dos huevos fritos, un pan tostado y un pedazo de tocino, después, de espaldas al comedor, en el lavaplatos, abrió el grifo y comenzó a lavar un sartén.
El marido se sentó a comer y puso encima de la mesa el radio con las noticias.
– El gobierno sigue enviando a esos bastardos, son unos niñatos que solo saben golpear y esconderse detrás de esos escudos ¿qué se creen?, dijo el marido, sorbió un poco de café y siguió hablando – nos encontraremos con los muchachos en el salón, necesitamos más presión, el sindicato pierde fuerza.
La esposa seguía lavando, con una esponja repasó varias veces la circunferencia del sartén. El marido solo miraba su plato. Al rato dijo:
– Después de la reunión volveré con el primo de Jackie, el tomará la habitación.
Ella cerró el grifo, quiso darse la vuelta, pero de un golpe él se levantó de la mesa, Kitty salió chillando de debajo del comedor.
– No vamos a comenzar de nuevo. Necesitamos el dinero. Dijo él, mientras salía de la cocina.
Ella siguió de pie, de espaldas a su marido, mirando como la espuma del jabón era engullida por el sifón y viajaba por las tuberías y los desagües hasta encontrar las aguas del río y de ahí, el mar. Espero hasta escuchar que su marido salía de la casa. Dio media vuelta y apagó la radio.
El sol de la tarde pintaba de un naranja tenue el interior de la casa. Afuera los niños liberados del instituto jugaban fútbol.
El marido y el primo de Jackie abrieron la puerta de la casa y los recibió el aroma de lavanda fresca. Ambos tomaron una bocanada de aire limpio, tan distinto al aire de afuera, una mezcla de los olores que brotaban de los descampados y el humo que expelían las chimeneas de las fábricas cercanas. El marido entró a la casa y dijo en voz alta:
– Cariño, llegamos, ven a saludar.
El primo de Jackie se detuvo un momento en la puerta y limpió las suelas de sus zapatos en el tapete de la entrada.
– Vamos a ver la habitación, dijo el marido al primo de Jackie.
El marido deslizó la puerta corrediza de la habitación de Billy. La cama estaba tendida, el piso reluciente, la mesa de noche vacía, lista para recibir todo lo que el primo de Jackie quisiera poner allí. Con la mirada fija en la habitación abierta y lista, llamó de nuevo a su mujer. No tuvo respuesta. Miró al primo de Jackie y dijo:
– Deber estar en su habitación, ya sabe cómo son las señoras. Ya vuelvo. Siga, organice sus cosas.
Subió las escaleras de dos en dos, mientras seguía llamando a su mujer. Abrió la puerta y encontró la habitación vacía. Su esposa no estaba allí, tampoco el chal de flores, en la cocina faltaba una lata de té, aunque eso él nunca lo supo.
Daniel León, profesional en algo y acogedor del error.
Darjeeling es un cuento producto del taller de escritura: Narrativas autoreflexivas, una escritura de lo cotidiano, bajo la orientación de la profesora Angélica María González Otero. (Educación Continua de la Universidad Javeriana de Bogotá)