Sandra Franzen
( Santa Fe, 1967)
Dramaturga, maestra en dramaturgia, directora de teatro y actriz. Abogada. Integrante del Equipo Teatro Llanura de Santa Fe durante 1992/2016. Dicta talleres de dramaturgia.
Estudió con Mauricio Kartun, Rafael Bruza, Jorge Ricci, Rafael Spregelburg, entre otros. Actualmente es integrante del directorio de PROTEATRO.
EL VALS DEL PLOMERO
(Sobre algunas escabrosas formas de lo humano)
Espacio escénico:
El departamento de los esposos Gabart, el “pallier” y el departamento del Sr. Lenguita.
Personajes:
Señora Gabart
Señor Gabart
Pedro Augusto, el plomero.
Señor Lenguita.
Escena 1 – De cómo se bebe una caña “Legui” …. en pareja.
Departamento de los esposos Gabart. Todo muy pulcro pero decadente, con signos de un pasado de esplendor que ya no existe.
El señor y la señora Gabart beben sendas copas de licor.
En un fonógrafo suena “La Flauta Mágica” de Mozart – Aria interpretado por María Callas.
Sra. Gabart: Así no se bebe la caña Legui.
El señor Gabart bebe un largo sorbo.
Sra. Gabart: No, no. Apenas si se mojan los labios, con un mínimo contacto entre el labio inferior y la copa. Si por un descuido los labios aprisionan el cristal, el licor queda atrapado y los alcoholes se desprenden antes de llegar a la boca, y el sabor no será el mismo. El señor Lenguita lo toma así.
El señor Gabart levanta la vista, la mira y bebe otro largo sorbo.
Sra. Gabart: No, no. Se acerca la copa a los labios y se gira suavemente para que los azúcares del licor se desparramen en forma pareja sobre sus paredes. Si no se toma cualquier cosa.
El señor Gabart bebe un último sorbo de la copa. Sra. Gabart: Hay que saber beber una caña.
Sr. Gabart: No es caña. Es bourbon.
Pausa.
Sra. Gabart: Lo hacés a propósito. Para no tener de qué hablar. Como no sé nada de whiskys, no tengo qué decir y entonces enmudecés detrás de tu copa.
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Silencio. Miradas. La ópera gana la habitación.
Sr. Gabart: Hablemos del Sr. Lenguita, entonces.
Sra Gabart: Si no estás tomando caña, no veo qué podríamos decir sobre él.
Sr. Gabart: Yo no tomo caña. Sin embargo en tu copa si la hay. ¿Verdad? (Ella asiente) Eso habilita nuestra conversación. De hecho, no es a propósito que tomo bourbon, porque antes tomábamos una copa de bourbon a esta hora y no precisamente de caña. La caña es una bebida de otros. En aquellas tardes, cuando los dos tomábamos bourbon, tenías mucho que decir, yo que replicar y nuestras charlas eran al menos entretenidas (Pausa) A propósito, ¿desde cuándo se toma caña en esta casa?
Sra. Gabart: Me querés incomodar.
Sr. Gabart: En absoluto, querida.
La Señora Gabart suspira. Juega con un dedo en su pelo.
Sra. Gabart: ¿Y ese pañuelo en tu cuello?
Sr. Gabart: Seda con estampado búlgaro.
Sra. Gabart: Lo sé. Lo tomé para mí.
Sr. Gabart: Oh, querida. Es que me agrada muchísimo.
Sra. Gabart: Tanto como a mí, beber esta caña.
Sr. Gabart: “Touché”
El Sr. Gabart bebe. Mueve su copa.
Sr. Gabart: De hecho sólo me interesé por saber desde cuándo hay una botella de caña Legui en nuestra sala.
Sra. Gabart: No fue eso lo que dijiste.
Sr. Gabart: ¿No? Sin embargo esa era mi intensión. (Pausa) Entonces, ¿desde cuándo
hay caña en tu copa en lugar de bourbon?
Sra. Gabart: Desde hace tres meses.
Sr. Gabart: Qué curioso, ¿no fue esa la fecha en que se mudó el Sr. Lenguita? Sra. Gabart: No, eso fue hace cuatro meses.
Sr. Gabart: (Ríe) Cierto. Su personalidad nos invade con contundencia. Cuatro meses del Sr. Lenguita es bastante.
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Sra. Gabart: Depende querido. El tiempo nos engaña con sus formas. Gente como nosotros no elige de qué modo pasar la vida. Se deja llevar. Ahora invadidos por los aromas y los licores del Sr. Lenguita, antes por los perfumes baratos y los taconeos de la Srta. Pickart, mucho antes por los libros y las conversaciones del Sr. Canelo…
Sr. Gabart: Los nombrás como si fueran nuestros primos.
Sra. Gabart: Tenemos sus perfumes, tacones, pañuelos, tabacos, licores, libros y discos.
No veo porque no nombrarlos a veces.
Sr. Gabart: Cierto querida. Un homenaje.
El Sr. Gabart cierra los ojos y se deleita con la música. La Sra. Gabart gira su copa mientras observa el licor.
Sr. Gabart: Deberías invitarme una copa de caña, para sentir que nos acompañamos, aunque más no sea con la bebida preferida del Sr. Lenguita.
Ríe. La Sra. Gabart hace una mueca y luego sirve dos copas. Sr. Gabart: Eso si, voy a beberla a mi manera.
Los dos beben.
Sr. Gabart: Hoy salió muy temprano.
Sra. Gabart: No lo oí.
Sr. Gabart: La cañería de su baño hace ruidos. Chilla y se queja como una vieja
malhumorada. Deberíamos llamar a Pedro Augusto para que lo revise todo.
Sra. Gabart: (Molesta) No aún. Es temprano para Pedro Augusto.
Sr. Gabart: (Tuerce su boca en disconformidad) No estoy tan seguro. (Entusiasmado) La experticia de Pedro Augusto es asombrosa. Se entiende mejor con las tuberías, filtraciones y desagües, que con las personas. Sólo un semidios como Pedro Augusto puede resolver todos esos temas tan desagradablemente domésticos. Los detesto, pero Pedro Augusto hace de ello un arte. Y eso es lo que lo tiñe de divinidad. Cuando las casas comienzan a crujir nos están queriendo decir algo. ¿No lo crees? De hecho, hace ya como cuatro meses que empezaron estos extraños ruidos.
Sra. Gabart: Será en la casa de él. No en la nuestra.
Sr. Gabart: Nuestra casa cruje desde mucho antes.
Sra. Gabart: Estás intratable, hoy. Pero aún no es tiempo de llamar al plomero. Los dos giran sus copas mirando moverse el licor.
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Sr. Gabart: Luego escuché como golpeaba la puerta al cerrarla. Sabe tomar su copa de caña pero es despreocupado en lo cotidiano. Encendió un cigarrillo en el palier, el humo del tabaco llegó hasta nuestra sala.
Sra. Gabart: El Sr. Lenguita no fuma, solo bebe su caña.
Sr. Gabart: Entonces estaría acompañado por otra persona.
Sra. Gabart: ¿Quién sería?
Sr. Gabart: Algún amigo.
Sra. Gabart: El no tiene amigos
Sr. Gabart: Sin embargo escucho voces a veces. Definitivamente es el Sr. Lenguita hablando con alguien.
Sra. Gabart: No era conmigo.
Sr. Gabart: No dije eso.
Silencio. Otra vez la ópera se adueña.
Sr. Gabart: El próximo sábado podríamos invitarlo a tomar una copa… de caña, por supuesto. (Ríe) Así aprendo a beberla. Quizá haga una demostración para mí. Además tenemos ahora esa botella de caña Legui. La caña es una bebida tan, tan, de otros. Sería una gran oportunidad para beberla y que se acabe rápidamente. Confieso que la existencia de esa botella en esta casa, me aturde.
Sra. Gabart: Me puedo deshacer de ella ahora mismo.
Sr. Gabart: No es tan sencillo.
Sra. Gabart: Es sólo una botella de licor.
Sr. Gabart: No. Es una botella de caña Legui. Una bebida que jamás existió en nuestro hogar, hasta ahora. Bueno, desde hace tres meses. Pero yo lo he notado ahora.
Sra. Gabart: No es cierto. Lo notaste desde el primer día. Voy a tirarla ahora mismo. Sr. Gabart: Desechás lo que te molesta con una naturalidad envidiable.
Sra. Gabart: No es a mi a quien le molesta, querido. De hecho, yo la disfruto. (Bebe un trago) Anhelaba este dulzor, el bourbon es tan, tan… seco.
Suena el teléfono. Se miran. Suspiran con fastidio. Ninguno quiere atender, finalmente la Sra. Gabart levanta el tubo. Escucha unos segundos sin decir una palabra.
Sra. Gabart: No sabemos nada de ella, Gamberra.. Gamburra…. Si, Gamarra. (Escucha unos segundos más) Lo mismo le dije la semana pasada. No la vemos hace ya…
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Sr. Gabart: (Susurra) Un año.
Sra. Gabart: Más de un año, Gamberra, digo Gamarra o como sea. No intimamos con nuestros vecinos. También ya se lo dije. Nada sabemos de lo que ellos hacen con sus vidas mientras existen, mucho menos mientras desaparecen. Y sepa que nos molesta con sus preguntas, Oficial. Buenos días.
Bebe un trago de caña.
Sra. Gabart: Se está volviendo insistente.
Sr. Gabart: Llamará una o dos veces más y se dará por vencido. Como ya sucedió con el Sr. Canelo. La impericia del oficial Gamberra, me exaspera.
Sra. Gabart: Gamarra.
Sr. Gabart: Da igual.
Pausa. Se observan. Sonríen.
Sra. Gabart: No deberías usar ese pañuelo.
Sr. Gabart: Tramposa. En el instante que lo suelte te lo vas a llevar al cuello. Te gusta tanto como a mi.
Sra. Gabart: Es su olor. La seda italiana huele a distinguido. Además aún conserva su cautivante perfume.
Sr. Gabart: (Extasiado) Una esencia francesa carísima. Reminiscencias de algún tiempo esplendoroso en la vida del pobre Sr. Canelo.
Sra. Gabart: (Pausa) Deberíamos guardarlo con nuestros otros tesoros. Sr. Gabart: Entonces ya no uses sus zapatos rojos.
La Sra. Gabart mira sus zapatos. Suspira.
Sra. Gabart: Son mi debilidad. Lo único atractivo que tenía esa mujer. Sr. Gabart: La Srta. Pickart…
Sra. Gabart: Hablábamos del señor Lenguita.
Sr. Gabart: Sólo quería decir que no era lo único
atractivo en ella. Sra. Gabart: Dios.
El Sr. Gabart ríe estruendosamente, se dirige al fonógrafo y cambia el disco. Ahora suena el típico vals de Strauss”El Danubio Azul”.
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Sr. Gabart: ¿Bailamos querida? Sra. Gabart: Por supuesto querido. Bailan.
Sr. Gabart: El vals es un ritmo magnífico, de tres tiempos en un compás. El baile por excelencia de los salones, de las fiestas imperiales, de las grandes bodas. Para bailarlo adecuadamente es necesaria una pose elegante y erguida. Se debe estar completamente recto, y tratando de no mover ni los hombros, ni los brazos, ni las caderas. La mano derecha del caballero se sitúa en la espalda de la dama y su mano izquierda sujeta a la mano izquierda de ella, que apoya su brazo sobre el del caballero. ¡Vamos, querida! a mantener la espalda erguida, sino es un mamarracho.
Sra. Gabart: En el tango también se mantiene la espalda erguida.
Sr. Gabart: ¡Tango! Una danza de malevos en los suburbios.
Sra. Gabart: El vals también era una danza inmoral. La bailaban los montañeses y campesinos, los más rústicos del sur de Alemania y Austria. Recién llega a los salones de los burgueses y nobles en el siglo XVIII y fue aceptada con todo su esplendor no hace tanto, después de la Segunda Guerra.
Sr. Gabart: Qué ilustrada estás últimamente.
Sra. Gabart: Está todo en los libros del Sr. Canelo, no sólo usaba pañuelos de seda importados, también era un hombre culto. Podrías leer alguno, están guardados junto a sus corbatas italianas…
Sr. Gabart: ¡Cómo un hombre con tan buen gusto, era tan aburrido! Sra. Gabart: Aprendí mucho con él.
Sr. Gabart: Dios.
Giran con vehemencia.
Sra. Gabart: ¡Querido! No tan rápido.
Sr. Gabart: El vals proviene de la palabra “wälzen”, que en alemán significa: girar,
hacer rodar, arrollar… arrollar, arrollar, arrollar…
Sra. Gabart: ¡Estoy mareada!
Sr. Gabart: ¡El vienés es el más rápido de todos, sesenta compases por minuto! Sra. Gabart: ¡No puedo seguir!
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Se sueltan. Están agotados. Se miran a la distancia. Resuellan. Finalmente el Sr. Gabart se acerca jadeando a la Sra. Gabart. Ambos han perdido la compostura.
Sr. Gabart: Es el conjunto lo que me excita: la botella de caña Legui, los ruidos de las cañerías, la puerta golpeando al cerrarse, el humo del tabaco, las voces en el palier, la zapatos rojos, la seda importada, los libros que nunca leeré, todo aquello que era de otros, todo aquello que ahora es nuestro…
Sra. Gabart: Oh, ¡querido!
Se besan apasionadamente. El le arranca el vestido y comienza a besarle el cuello con desesperación.
Escena 2 – De cómo se fuma tabaco turco… con el vecino.
Departamento del Sr. Lenguita. Todo muy desordenado. La Sra. Gabart y el Sr. Lenguita fuman
De un viejo tocadiscos se escucha a la orquesta de Troilo.
Sra. Gabart: Hubiese jurado que no fumaba.
Sr. Lenguita: Tabaco turco, del bueno.
Sra. Gabart: (tose) Raspa, un poco.
El Sr. Lenguita canturrea por lo bajo y exhala una bocanada de humo. Ella tose otra vez.
Sr. Lenguita: “La noche que te fuiste” de Maderna y Contursi. Por la orquesta de Pichuco. (Cierra los ojos sigue el ritmo) No hay cantante como Florial Ruiz. Algunos creen que los cantantes en el tango son una desgracia. Ya no se arma el bailongo en los “cabarutes”, ahora todos se quedan acodados escuchando. ¿Usted que piensa, Aurelia?
Sra. Gabart: Que el tango es cosa de hombres.
Sr. Lenguita: No digo su marido, le pregunto a usted. Sra. Gabart: Que es como un lamento sensual.
Sr. Lenguita: (Le roza la mejilla con un dedo. Ella se estremece) ¿Es mi dedo o es la voz de Florial? Puedo soportar que lo prefiera. Un señor cantor. Nadie lo valora, está opacado por Alberto Marino. Otro grande. Pero el tiempo le dará a cada uno su lugar. Escuche, Aurelia (canturrea la canción) escuche…. Qué belleza…. ¡Qué voz inconfundible!
Sra. Gabart: Mi marido lo invita a una copa de licor el sábado a la tarde.
Sr. Lenguita: Hay milonga el sábado, en el salón dorado del Club Social de Barracas. ¿Me acompaña? Me gustaría entrar del brazo con un pimpollo como usted. Y largarla entre la muchachada para que se pasee esquivando el piropo.
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Sra. Gabart: Piropos a mí, ¿le parece?
Sr. Lenguita: Una “minerva” como usted despierta las más profundas pasiones.
Se sonroja.
Sra. Gabart: ¿Una qué?
Sr. Lenguita: No tiene importancia.
Pausa. Se miran.
Sra. Gabart: ¿Y qué le diríamos a mi marido?
Sr. Lenguita: Ese es su problema, Aurelia.
Sra. Gabart: (Ronroneando) Hágalo suyo.
Sr. Lenguita. Prefiero mantenerme al margen.
Sra. Gabart: Juegue un poquito, Sr. Lenguita. No sea aguafiestas.
Sr. Lenguita: Muñeca mala.
Sra. Gabart: Tibio.
El tango llega a su final. Chirrido del disco. Silencio. Ella pita su cigarrillo profundamente y luego exhala lentamente. Mira el humo fundirse en el aire. Ya no tose.
Sra. Gabart: ¿Usted cree que fumar es de mujeres de mala vida? De esas que andan en los cabaret y salones de baile…
Sr. Lenguita: No sé. Ahora sólo quiero conocer mujeres como usted, de su casa y con marido. Dígame Aurelia, cómo son esas mujeres, las de su clase.
Sra. Gabart: No fumamos, no bebemos licor por las tardes, ni hablamos con otro hombre que no sea nuestro esposo…. (Ríe)
El Sr. Lenguita la besa apasionadamente. Ella se deja. Cae de sus brazos como un muñeco fláccido.
Sra. Gabart: No se aproveche, Señor Lenguita…
Sr. Lenguita: Norberto. Decíme Norberto, Aurelia.
Sra. Gabart: (Contrariada) De ninguna manera. Por su nombre, no. ¡Qué manía esa de decir nuestros nombres! Sra. Gabart, para usted (Pausa. Se recompone) Sería tomarme confianzas indebidas. Señor Lenguita es lo correcto. Así trata una mujer de mi clase a su vecino. Por cierto, vine a decirle que las cañerías de su baño hacen ruido.
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Sr. Lenguita: ¿Qué dice?
Sra. Gabart: Las cañerías de su baño hacen ruido.
Sr. Lenguita: Yo nunca escuché nada.
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Sra. Gabart: El Sr. Gabart, mi esposo, lo escucha cada mañana.
Sr. Lenguita: ¿Ah, sí? Tiene buen oído el señorito.
Sra. Gabart: Pedro Augusto, nuestro hombre de confianza en los temas de plomería, opina que algo no está bien en su baño.
Sr. Lenguita: ¿Pedro Augusto? Nombre de emperador. Demasiando para un plomero. Sra. Gabart: No es cualquier plomero.
Sr. Lenguita: ¿Y qué tiene de especial?
Sra. Gabart: El Sr. Gabart dice que es un artista.
Sr. Lenguita: Mire, Aurelia, un plomero es un plomero, un cantante es un cantante, yo soy yo y su marido es un “Rufino”.
Sra. Gabart: (Ríe estruendosamente. Se recompone) Yo creo lo mismo. (Ríe más. Avergonzada) Disculpe. “Un Rufino”. Qué palabra tan…. ¿Qué significa?
Sr. Lenguita: No tiene importancia.
El Sr. Lenguita coloca otro disco. Se escucha otra vez a Floreal Ruiz pero interpretando “Amor y tango”.
Sr. Lenguita: (Parafraseando) “el tiempo pasa de largo cuando te abrazo en un tango. Y estoy muriendo de antojos por besarte en esos ojos / que al mirar me están quemando”
Sra. Gabart: ¡Ay! Usted dice de una forma que… (Se sonroja) Disculpe.
Sr. Lenguita: No soy yo, es Floreal.
Sra. Gabart: Insiste en llamar a todos por su nombre.
Sr. Lenguita: Floreal es Floreal. Enamora a novias y madres, y a mujeres de su clase, también.
Sra. Gabart: No. No es el cantor es usted. Béseme, Sr. Lenguita.
El Sr. Lenguita la besa apasionadamente, la aprieta contra su cuerpo y bailotea con ella.
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Sra. Gabart: (Ruborizada) Este baile es más comprometido que el vals.
Sr. Lenguita: El vals es de cajetilla.
Sra. Gabart: ¿Cómo dice?
Sr. Lenguita: Espalda erguida.
La aprieta con más fuerza contra su cuerpo. Apoya su cara contra la de ella.
Sra. Gabart: No tan apretado, vecino.
Sr. Lenguita: Déjese llevar, vecina.
Golpean a la puerta. Del otro lado de la misma, en el palier, el Sr. Gabart personificado como el plomero Pedro Augusto. Se sueltan.
Sra. Gabart: (Ingenua) ¿Quién puede ser?
Sr. Lenguita: ¿El Sr. Gabart?
Sra. Gabart: No creo. ¿Será un amigo de usted?
Sr. Lenguita: No tengo amigos.
Sra. Gabart: Lo sabía.
Golpean nuevamente.
Sr. Lenguita: (Grita) ¿Quién llama?
Pedro Augusto: Pedro Augusto.
Sr. Lenguita: (A la Sra. Gabart) ¿El emperador de los caños?
Sra. Gabart: No le abra. Lo mandó mi marido.
Sr. Lenguita: (A Pedro Augusto) ¿A quien busca?
Sr. Gabart: Tengo una denuncia de cañerías en mal estado.
Sra. Gabart: Se lo dije.
Sr. Lenguita: (A Pedro Augusto) Será en la casa de al lado.
Pausa. La interpretación de Florial Ruiz se hace protagonista.
Pedro Augusto: ¿Es tango eso que se escucha?
Sr. Lenguita: Si, Florial Ruiz acompañado por la orquesta de Troilo.
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Silencio.
Sr. Lenguita: ¿Y?
Silencio.
Pedro Augusto: Vuelvo mañana.
El Sr. Gabart/Pedro Augusto se retira de la puerta.
Sr. Lenguita: Ese plomero me da mala espina.
Sra. Gabart: Pedro Augusto es un militante de su oficio. Si tiene una denuncia de cañerías averiadas no se dará por vencido. Vendrá hasta que usted lo deje pasar. Las tuberías en mal estado son su obsesión.
Sr. Lenguita: Pero acá todo está en buen estado.
Se escucha un ruido extraño.
Sra. Gabart: Ahí está. A eso se refiere el Sr. Gabart.
Sr. Lenguita: Aurelia, ese ruido proviene de la pared de su departamento. Sra. Gabart: ¿Le parece?
Sr. Lenguita: Estoy seguro.
Sra. Gabart: ¿Cómo saberlo si se trata de una pared “medianera” como la llama Pedro Augusto? Él revisa semanalmente las instalaciones y sostiene que las nuestras están en perfecto funcionamiento.
Sr. Lenguita: Es lo que digo. ¿Cómo saber si es su caño o el mío? Es una pared que se comparte, puede ser un caño que se comparte. O puede ser un caño que este más de su lado que del mío. (Pausa) El plomero ese, amigo de ustedes, puede ser un charlatán.
Sra. Gabart: Es un especialista.
Sr. Lenguita: Usted propone los temas de una manera que lo confunde todo.
Sra. Gabart: La próxima vez debería dejarlo pasar.
Sr. Lenguita: ¿Porqué mejor no se fuma otro cigarro y nos “chamuyamos” al oído cosas nuestras?
Sra. Gabart: Es un buen tabaco, sólo que me marea un poco. O quizás es el licor… Sr. Lenguita: (La toma de la cintura) O es el tango que nos embriaga…
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La Sra. Gabart se suelta y dirige a la puerta.
Sra. Gabart: Suficiente por hoy, ya se ha tomado muchas confianzas conmigo, Sr.
Lenguita. Mañana. Mañana vuelvo. Se lo prometo.
Sr. Lenguita: Aquí estaré soñándola, Sra. Gabart.
La Sra. Gabart sale y se dirige a su departamento donde la espera su esposo.
Escena 3 – De cómo un plomero interviene en la vida cotidiana.
Departamento de los esposos Gabart. Él con su copa de bourbon. Ella entra, lo mira y se sirve también. Mueven sus copas, se miran, miran otra vez sus copas, beben, se miran.
Sr. Gabart: Al Sr. Lenguita le gusta el tango. Qué ingrediente más atractivo. Sra. Gabart: ¿Ah, si?
Sr. Gabart: Pedro Augusto lo escuchó a través de la puerta.
Sra. Gabart: ¡Qué vergüenza, Sr. Gabart, chismosear con el plomero!
Sr. Gabart: Una práctica atribuida a sirvientes e intrigantes. Sin embargo se han iniciado guerras y azuzando revoluciones escuchando a través de las puertas. Grandes hombres de la historia universal decidieron destinos de países, reinos, imperios, escuchando rumores, llevando y trayendo cuentos, difamando, tejiendo fábulas… En fin, una habilidad que da poder. ¿No lo crees así querida? O debo recordarte cuando escuchabas mis entretenidas conversaciones con la suculenta Srta. Pickart.
Sra. Gabart: No traigas a la Srta. Pickart a nuestro hogar. Sr. Gabart: Tan deliciosa.
Sra. Gabart: Sólo perfume barato.
Sr. Gabart: Sin embargo adorás sus zapatos.
Sra. Gabart: Una distinción en tanta vulgaridad.
Sr. Gabart: No era vulgar, sólo estridente e inquieta. Sra. Gabart: Labios rojos, casi obscenos.
Sr. Gabart: Rió sin parar hasta el final.
Sra. Gabart: No fue sencillo con ella.
Sr. Gabart: Ciertamente. No lo fue.
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Pausa. Sorben su licor.
Sra. Gabart: No vuelvas a mencionarla.
Sr. Gabart: Lo prometo, querida.
Pausa. Ambos se miran lujuriosamente.
Sr. Gabart: Es sólo que su recuerdo me estimula.
Sra. Gabart: ¡Sr. Gabart, basta! Estamos avocados a nuevos estímulos.
Sr. Gabart: Lo siento.
El Sr. Gabart desabrocha su camisa y resopla. Está visiblemente excitado. Ella se pasa la mano por el cuello.
Sra. Gabart: Por Dios, querido. Es temprano para todo eso. Sr. Gabart: Sí, claro.
El Sr. Gabart coloca un disco en el fonógrafo. Se escucha a María Callas en “Habanera” – de la ópera “Carmen” de Bizet.
Sra. Gabart: “La Callas” es siempre aire fresco.
Sr. Gabart: No tanto como la Srta. Pi…
La Sra. Gabart arroja su resto de licor a la cara del Sr. Gabart.
Sr. Gabart: (Divertido) ¡Qué grosería! Un acto propio de las mujeres que frecuentan los cabarets que visita el Sr. Lenguita.
Sra. Gabart: Si no te podés controlar, será mejor dejar esta conversación para mañana. Sr. Gabart: Hablemos del vecino entonces.
Sra. Gabart: Bien.
Pausa.
Sr. Gabart: ¿Qué es eso de “Pichuco”, Floreal Ruiz y Alberto Marino?
Sra. Gabart: (Entusiasmada) La típica de Troilo y sus cantantes fetiches. Siempre un dúo. Como era la modalidad de Canaro. Pichuco la tomó de él. Empezó con dos “estribillistas” y después siguió con cantores. Dice el Sr. Lenguita que los cantores mataron el tango bailado. ¿Qué pensás?
Sr. Gabart: ¿¡De qué hablás mujer!?
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Sra. Gabart: Del Sr. Lenguita y sus gustos.
Sr. Gabart: Veo que te ha despertado algunas pasiones.
Sra. Gabart: Bueno, la versión de “Amor y Tango” de Floreal es devastadoramente emocional. Puede conmover hasta a un …. plomero…
Sr. Gabart: Te sorprendería la sensibilidad de Pedro Augusto, hablando de plomeros. Sra. Gabart: Si, claro.
Sr. Gabart: Estuvo en el edificio.
Sra. Gabart: ¿Quién?
Sr. Gabart: Pedro Augusto. ¿De qué estamos hablando? Sra. Gabart: ¡Del Sr. Lenguita!
Sr. Gabart: No, del plomero.
Sra. Gabart: ¿Y entonces?
Sr. Gabart: Me vi obligado a contarle lo de las tuberías. Sra. Gabart: Ya veo.
Sr. Gabart: Golpeó su puerta pero él no lo dejó pasar. Sra. Gabart: Es muy pronto.
Sr. Gabart: Quizá. El pasillo estaba inundado de tango y humo. Sra. Gabart: Estaría con alguien.
Sr. Gabart: Sería una mujer.
Sra. Gabart: Una de su clase.
Sr. Gabart: No tornes incontrolables las conversaciones, querida. Es una práctica que ya he advertido en otras oportunidades. Tu sutileza no me engaña. Es tiempo de hablar seriamente de Pedro Augusto.
Sra. Gabart: Me parece muy pronto. Si lo estamos disfrutando…
Sr. Gabart: Ya lo veo. Las tertulias con Lenguita te agradan.
Sra. Gabart: Ya no es más señor. Ahora es Lenguita nada más. Y también te agradan.
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Sr. Gabart: Lo estás haciendo otra vez. Desviando la conversación y haciéndote la desentendida, como una niñita a la que atrapan robando caramelos. Tu ingenuidad me conmueve. (Pausa. Se miran) Es más grave de lo pensado. Realmente estás disfrutando del vecino.
Sra. Gabart: Qué vulgaridad.
Sr. Gabart: Oh!, cielos, cariño, sólo digo que te divierte.
Sra. Gabart: ¡Tanto como te divertía la Srta. Pickart! De eso se trata, ¿no?
Sr. Gabart: Sí, de eso, de nuestros vecinos, y del plomero.
Sra. Gabart: (Aniñada) No soy yo quien enreda las conversaciones. No se cómo, pero siempre volvemos al recuerdo de la rubicunda Srta. Pickart.
Sr. Gabart: ¡Querida, esta noche estás espléndida! Siento deseos de lanzarme sobre tu cuerpo y devorarte a besos. (Ella lo frena con la mano) Esta bien, me recompongo. Como quieras, dejaremos para más adelante la intervención de Pedro Augusto. Extasiémonos un poco más del Sr. Lenguita, entonces.
Sra. Gabart: ¡Sí querido!
Suena el teléfono. Se miran contrariados. Ella hace señas para que atienda el Sr. Gabart. Se niega. Finalmente lo hace. Escucha unos segundos.
Sr. Gabart: Mi esposa ya le dijo que nada sabemos de la Srta. Pickart. Ni su recuerdo tenemos. Mucho menos del Sr. Canelo a quien no vemos desde hace al menos dos años, Oficial. (Escucha. Hace gestos). Es extraño que desaparezcan sin dejar rastros. Pero a la Sra. Gabart y a mí no nos incumbe la vida de nuestros vecinos. Se lo hemos dicho hasta el hartazgo, Oficial. Si tiene algo concreto dígalo y sino, haga su trabajo y no moleste. (Cuelga ofuscado) ¡Qué descaro tanta insistencia! Importunar así a la gente sin prueba alguna.
Sra. Gabart: Fuera ese malhumor, querido. Que la torpeza policíaca no te quite la alegría. Estabas delicioso hace unos instantes…
Sr. Gabart: (Ofuscado) Ni quiero pensar cuando noten la ausencia del señor…. Comenzarán a molestarnos a diario. Qué fastidio.
Sra. Gabart: Su inoperancia será aún peor que su insistencia.
La Sra. Gabart va al fonógrafo y coloca un disco. Suena “Garúa” por la Orquesta de Troilo, interpretado por Francisco Fiorentino.
Sra. Gabart: De Troilo y Cadícamo. El “Fiore” uno de los cantantes más populares.
Sr. Gabart: ¿Qué se supone que debemos hacer con esto? No sé que es peor, si el Oficial de policía al teléfono cada semana o esa música de arrabaleros.
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Sra. Gabart: (Ensimismada) ¡Cuánta poesía! (Parafrasea) “Sólo y triste por la acera/va este corazón transido/con tristeza de tapera./ Sintiendo tu hielo/porque aquella, con su olvido/hoy le ha abierto una gotera.
Sr. Gabart: Bueno, hablando de goteras…
Sra. Gabart: Acordamos que Pedro Augusto debía esperar. ¿Una copita de caña? Sr. Gabart: ¡Oh, sí claro! De modo que tomamos caña Legui y escuchamos tango.
Sra. Gabart: ¡Por supuesto Sr. Gabart! Le recuerdo que en los tiempos de la Srta. Pic… mm, mm, mm, ya sabemos quién, escuchábamos a ¡Feliciano Brunelli y su orquesta característica! Aún están sus discos por ahí! Qué espanto.
Sr. Gabart: (Entusiasmado) Su «Cuarteto Criollo» con Elvino Bardaro en violín, Vicente Spina en guitarra y Alcides Fertonani como segundo acordeón, una delicia. (Mas entusiasmado) Durante un mes escuchamos cada una de sus presentaciones por Radio Splendid, en horario central, los tres en el confortable living de nuestra vecina. ¿Lo recordás?
Sra. Gabart: Jamás.
Sr. Gabart: ¡Qué preciosas veladas! (Extasiado. Toma de las caderas por detrás a la Sra. Gabart. Ella se incomoda notablemente) Esa falda corta, de colores vivos, ceñida a sus muslos redondos y firmes. Sonaban los primeros acordes del acordeón de Brunelli y la Srta. Pickart se lanzaba al medio de la sala a bailar como loca, sacudiéndose y estremeciéndose al ritmo de la orquesta.
Sra. Gabart: Dios. Qué desagradable imagen.
Sr. Gabart: No fui yo quien trajo a Nancy otra vez.
La Sra. Gabart queda congelada. El Sr. Gabart se lleva la mano a la boca.
Sra. Gabart: Señor Nicasio Gabart, esta conversación ha terminado. Qué vergüenza. Jamás llamamos por sus nombres a nuestros vecinos. Nunca sus nombres, ¡Nicasio! ¡Vas a echar a perder todo! Llamarlos por su nombre les da familiaridad. Son solo vecinos. Vecinos, con apellido solamente. Son los otros, los que están del otro lado de la pared.
Sr. Gabart: Medianera.
Sra. Gabart: Medianera en los términos de Vélez Sarfield, ¡si! Sr. Gabart: Tampoco te pongas académica, querida.
Sra. Gabart: Cuerpos, con sus vicios, sus virtudes, sus inmoralidades, sus cosas naturales, vidas opacas y aburridas. Pero sin nombres, Nicasio. Son una designación, una imagen en todo caso. Nuestra imagen. Sr. Lenguita, Srta. Pickart, y antes Sr. Canelo, pero jamás un nombre. El nombre les da entidad, vida, razón de ser. Si les das un nombre, entonces existen, y si existen todo se vuelve confuso y escabroso. Imposible de sobrellevar.
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Sr. Gabart: Es que ellos existen querida.
Sra. Gabart: Lo sé. Veo sus cosas todos los días.
Sr. Gabart: Nuestras cosas.
Sra. Gabart: Ya no lo hagas, Sr. Gabart.
Sr. Gabart: Lamento el exabrupto.
Pausa.
Sr. Gabart: En mi defensa diré que nombraste a ese Floreal.
Sra. Gabart: ¡Por Dios! Floreal Ruiz no cuenta. No es nuestro vecino. Sólo es un cantor.
Beben su caña. Se miran. Ella hace una mueca. Tambalea.
Sr. Gabart: Sus zapatos te aprietan. Y te ponen de mal humor. Sra. Gabart: Los usaré hasta el final.
Sr. Gabart: Sus pies eran más pequeños.
Sra. Gabart: No es cierto.
Sr. Gabart: Lo eran.
Sra. Gabart: No.
La Sra. Gabart tambalea otra vez. Beben.
Sra. Gabart: Definitivamente ya es tiempo que entre el plomero. Sr. Gabart: Lo es.
María Callas se adueña del espacio.
Escena 4 – De cómo el amor asusta… a veces.
Departamento del Sr. Lenguita. Algunos días después.
Suena en el tocadiscos Alberto Marino interpretando “Canzoneta”.
La Sra. Gabart y el Sr. Lenguita fuman y bailan unos pasos mientras ríen y se hablan al oído.
Al costado el Sr. Gabart personificado como Pedro Augusto, el plomero, manipula su caja de herramientas.
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Sr. Lenguita: Alberto, Alberto….. ¿Le dice algo? Le estoy dando una gran ayuda… piense. Alberto… Vamos, pitusa, usted puede.
Sra. Gabart: Ay, no sé, Sr. Lenguita. Déme otra pista. No le puedo atinar.
Pedro Augusto suelta una herramienta y cae ruidosa en el piso.
Sr. Lenguita: (A Pedro Augusto) ¡Más respeto, emperador, que estamos escuchando a la voz de oro del tango! Ahí le tiré otra, doña.
Sra. Gabart: Tal vez Pedro Augusto puede ayudarnos.
Sr. Lenguita: (Ríe) Este tiene menos tango que las pitucas que pasean por Recoleta. Ya le dije Aurelia, que cada cosa es cada cosa. Un plomero es un plomero, un cantante un cantante y ¡un cornudo es un cornudo!
Ríen los tres.
Sr. Lenguita: “Canzoneta” letra de Enrique Lary y música de Erma Suárez. (Escucha embelezado) La orquesta de Troilo…. No se puede confundir, vecina.
Sra. Gabart: ¡Alberto Marino!
Sr. Lenguita: ¡Bravo señora! ¿Vio como va aprendiendo?
El Sr. Lenguita la besa premiándola por el acierto. Ambos ríen y se abrazan.
Pedro Augusto: (Blandiendo un caño) “Plumbum”, plomo, elemento químico de símbolo “Pb” y número atómico 82, metal denso, blando y de color gris azulado, muy maleable, dúctil y poco conductor del calor y la electricidad, que se oxida fácilmente en contacto con el aire. Se usa principalmente para fabricar tubos, pinturas y balas para las armas de fuego. (Ríe por su ocurrencia) Ya los romanos lo utilizaban para las tuberías en sus famosos sistemas de desagües en los baños públicos. Sin embargo el agua las corroe y el plomo la contamina. Es un metal peligroso. El envenenamiento por plomo produce diversos síntomas, entre ellos se debilitan las articulaciones y se endurece el abdomen. ¿Cómo se siente usted hoy, Sr. Lenguita?
Sr. Lenguita: Sabelotodo resultó el plomero. Y confianzudo.
Pedro Augusto: Revisar los caños de la gente, le da a uno cierta audacia.
Sr. Lenguita: A mí la audacia me la da saber quien soy.
Pedro Augusto: ¡Qué maravilla! Un hombre que se conoce a si mismo. ¿No lo asusta eso un poco?
Sr. Lenguita: Me reconforta.
Pedro Augusto: Oh! Un hombre con alta estima.
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Sr. Lenguita: Es ridículo hablar de estos temas con el plomero.
Pedro Augusto: Escarbar en el inodoro de su baño, en la pileta de su cocina, su lavadero, desagüe, pozo ciego, cloaca, y no sigo porque hay damas presentes, hace que me se sienta como en su casa.
Sr. Lenguita: Es usted raro, Pedro Augusto. Extraña forma de entender las relaciones humanas.
Pedro Augusto: Es que luego de revisar su baño siento que ya puedo hablar con usted de cualquier tema, incluso tomar una copa o hasta dar unos pasos de baile. El vals es mi preferido. Le sorprendería saber como dos tubos bien encastrados y ubicados en el lugar correcto de la pared, aportan lo necesario para una relación larga y duradera entre el dueño de casa y su plomero. (Alegre) Nosotros.
Sr. Lenguita: Usted y yo no tendremos ninguna relación. Jamás.
Sra. Gabart: No sea descortés con Pedro Augusto.
Sr. Lenguita: Este muñeco me crispa. Sólo lo dejé pasar porque usted insistió, Aurelia. Parecen ser un obstáculo entre nosotros, los ruidos en las paredes y los caños mal encastrados. Aunque sigo creyendo que el problema está en la casa de su marido, no en la mía. (A Pedro Augusto) Apure con lo suyo, Jefe.
Pedro Augusto: Fumaría uno de sus tabacos, parecen buenos. Sra. Gabart: Tabaco turco. El mejor, dice el Sr. Lenguita.
Sr. Lenguita: No es correcto que se fume mis cigarros.
Sra. Gabart: (Ríe) De todos modos, se quedará con todo.
Sr. Lenguita: ¿Cómo dice?
Sra. Gabart: No tiene ninguna importancia.
La Sra. Gabart y Pedro Augusto ríen estruendosamente. Este saca un soplete a gas de su caja de herramientas y lo hace funcionar. El Sr. Lenguita retrocede un paso.
Sr. Lenguita: ¡Epa! Cuidado con eso.
Sra. Gabart: ¿Qué puede hacer con ese soplete, Pedro Augusto?
Pedro Augusto: Bueno, una de las formas de ensamblar las tuberías es mediante la soldadura. Hay que emparedar el tubo mediante una técnica para lo cual se requiere este artefacto. Porque hay técnicas para todo. Para tomar un licor, soldar un caño, vivir mejor.
Pedro Augusto enciende nuevamente el soplete.
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Sr. Lenguita: Apague el “cusifai” ese y cierre el pico.
Sra. Gabart: Sr. Lenguita, Pedro Augusto solo hace su trabajo. Bailemos. Está muy nervioso.
La Sra. Gabart abraza al Sr. Lenguita e intenta hacer unos pasos de baile. Él accede contrariado. El tango hace rato terminó y solo se oye el chirrido del disco. Los dos bailan como robots. Pedro Augusto se acerca hacia ellos sorpresivamente.
Pedro Augusto: Desconfío de los hombres como usted. Sr. Lenguita: Yo soy un muchacho de barrio.
Pedro Augusto: Qué pintoresco. Hace un rato dijo que lo reconfortaba saber quien era. Como si eso le hiciera sentir orgullo.
Sr. Lenguita: Así es. Me agrada ser quien soy. ¿A usted, no? Pedro Augusto: (Titubea) A mi, sí, claro.
Pedro Augusto se lleva la mano a la boca como ahogando un sollozo. La Sra. Gabart amaga ir hacia él pero se detiene.
Sr. Lenguita: (Expansivo) Mi vecino, por ejemplo. Ya que estamos en confianza como usted dice, el marido de la señora aquí presente, el Sr. Gabart, es un pobre tipo. Sin personalidad, débil, afeminado. (Toma de la cintura a la Sra. Gabart) Por eso ella se refugia en estos brazos, boca aliento a tabaco y licor, estirpe de malevo. Macho.
Sra. Gabart: No lo trate así. ¿No ve que lo ofende?
Sr. Lenguita: ¿Por qué? ¿Es el noviecito de su marido?
El Sr. Lenguita ríe estruendosamente. Pedro Augusto se hincha de furia y levanta su soplete accionándolo.
Sra. Gabart: No lo provoque, ni se imagina como maneja ese soplete
Sr. Lenguita: (Burlándose) ¡Qué susto! Hablo de su marido, no de él. Parece que el plomero y su esposo, Aurelia, tienen una relación muy estrecha. ¡No se lo tome a mal, Pedro Augusto!… (Pausa. Lo mira fijo) ¿Quien es usted realmente? ¿Qué es?
Pedro Augusto: (Recomponiéndose) Soy el plomero.
Sr. Lenguita: Es el plomero.
Sra. Gabart: ¡Claro! ¡Un hombre experto admirado por todos!
La Sra. Gabart aplaude, Pedro Augusto inclina su cabeza recibiendo el aplauso complacido.
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Sr. Lenguita: ¡”Bue”! A ver si vamos terminando que se nos hace tarde para el danzante vespertino.
Pedro Augusto revuelve entre sus herramientas con seguridad. Activa el soplete y hecha fuego. Manipula caños y cables.
Sra. Gabart: En tanto, ¿por qué no hacemos rodar uno de sus discos?
Sr. Lenguita: (Pellizcándole el trasero) ¡Te está gustando el tango, Aurelia!
Sra. Gabart: ¡Chist! ¡No me llame más Aurelia! Y menos delante de extraños. ¡Qué manía la suya!
Ella ríe y corre a poner un disco. Los dos hombres se miran a la distancia. Ella toma de la cintura al Sr. Lenguita y lo empuja a bailar. Suena una milonga.
Sra. Gabart: Pedro Augusto sólo hace su trabajo, con disciplina y eficiencia. Hoy día no es fácil conseguir un plomero avezado en las artes de las instalaciones. ¡Y lo que cobran! Como si su trabajo fuese un cuadro de Rembrandt. Y a los pocos días andan perdiendo las canillas y retorciéndose en ruidos las cañerías. Cada caño que toca Pedro Augusto es como si fuese la cuerda de un violín. Los afina, les saca música. Hace que el agua se deslice con tanta naturalidad que pareciese que las tuberías fuesen su cause natural. ¡Pedro Augusto!, ¿por qué no le enseña a mi vecino como se ensamblan dos caños?
Sr. Lenguita: (Ofuscado) No es necesario, Aurelia.
Sra. Gabart: (Firme) Lo es.
Sr. Lenguita: Le digo que no.
Sra. Gabart: Sí. Una forma de ensamblar caños es la soldadura y la otra el encastre. ¿Verdad, Pedro Augusto?
Pedro Augusto: (Entusiasmado) Hay que tomar la parte del tubo en la que tiene una protuberancia, una prominencia, una turgencia. ¿Lo nota? ¿Quiere tocar, Sr. Lenguita? (El Sr. Lenguita niega con la cabeza) No quiere. Muy bien. Le decía, sobre esta parte del tubo la del sobre relieve, se debe encastrar la otra parte, la lisa, la llana, la aplanada. (Une violentamente los dos extremos) Las encastramos así. ¿Lo notó? (Se dirige hacia el Sr. Lenguita amenazador, sosteniendo en alto el caño ensamblado. Este retrocede y choca con la Sra. Gabart que lo rodea por detrás. Trastabilla y cae al suelo) ¡Ensamble perfecto!
Sr. Lenguita: Tenga cuidado. No se acerque así.
Pedro Augusto: Uno adentro del otro, uno recibe y el otro da. Uno tiene y el otro lo toma. La naturaleza misma. Pero ahí no termina todo. Porque el caño luego va en la pared y las paredes tienen vida. ¿No lo cree? Estas paredes respiran, contienen, estas paredes…
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Sra. Gabart: ¡Ay! ¡Si estas paredes hablaran! Pedro Augusto no es sólo experto en caños también en paredes. Medianeras, claro.
Sr. Lenguita: Aurelia, sáqueme el plomero de encima.
Pedro Augusto: (lo burla) ¡Sáqueme el plomero de encima! Sra. Gabart: El plomero es mi debilidad. Nada puedo hacer.
El Sr. Lenguita intenta incorporarse pero la Sra. Gabart pisa su mano y se lo impide. El Sr. Lenguita grita y forcejea sin éxito.
Pedro Augusto: Qué imagen tan poco arrabalera. Tango, tabaco, caña Legui… es lo que lo define. Llorisquea como una nena. Deplorable, sin embargo a la Sra. Gabart la excita y si ella se excita también yo. No lo podemos evitar. Perdón querida, pero nombraré una vez más a la Srta. Pickart para decir que de ella me volvía complemente loco su seno derecho, notablemente más grande que el izquierdo, y un “seseo” apenas detectable. Eso me ponía tan ardiente, que la Sra. Gabart me lo agradecía cada tarde. Así nos amamos nosotros, Sr. Lenguita…
El Sr. Lenguita se reincorpora finalmente. Lentamente intenta dirigirse hacia la puerta de salida.
Sr. Lenguita: (A Pedro Augusto) No se acerque… no se de que habla, no lo comprendo. ¿Por qué mejor no se retira de mi casa?
Pedro Augusto: ¿Su casa? Bueno eso es relativo. Qué es suyo, qué es mío, o nuestro. Sr. Lenguita: ¿Qué es lo que pasa Aurelia?
Pedro Augusto: Es sólo una de las formas del amor.
Sra. Gabart: Eso, lo relativo del amor.
Sr. Lenguita: Usted no es el plomero… ¿usted quién es?
Pedro Augusto: (Histérico) ¡Claro que soy el plomero!
Sra. Gabart: ¡Lo es, lo es! (Calmando al Sr. Gabart) Tranquilo, querido.
Pedro Augusto empuja al Sr. Lenguita blandiendo el caño y la Sra. Gabart por detrás con el soplete. Ell Sr. Lenguita grita y tira golpes al aire.
Sra. Gabart: (Lo azuza con el soplete) ¡Compórtese! O nos obligará a apurarlo todo… ¡Haga rodar algo de Floreal Ruiz, me fascina!
Pedro Augusto: No es el momento, querida. Ahora es el momento de Pedro Augusto.
Sra. Gabart: (Socarrona, al Sr. Gabart) Sólo un baile más con el Sr. Lenguita, cariño y te prometo una noche como no hemos tenido…
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Sr. Lenguita: (Toma a la Sra. Gabart y la abraza) Sí, unos pasos más de baile. Es una buena idea, así nos calmamos un poco. Coloque usted el disco que más le guste y sírvase uno de mis cigarros. Los de la caja dorada son los mejores, Sr. Gabart.
Sra. Gabart: (Llevándose la mano a la boca) Que imprudencia. Pedro Augusto: Pedro Augusto, si no le molesta.
Sr. Lenguita: Sí, claro, Pedro Augusto.
Pedro Augusto se dirige a colocar el disco.
Sr. Lenguita: Esto es un disparate, Aurelia. ¿El la somete? ¿Le obliga a esto? Vámonos ahora, su marido está completamente loco. Véngase conmigo, vamos… (Intenta arrastrarla pero ella se resiste con firmeza).
Sra. Gabart: ¡Insiste en llamarme Aurelia! ¡Pedro Augusto!, el Sr. Lenguita quiere que me vaya con él. Qué rico. No termina de comprender qué está sucediendo aquí, ¿verdad?. Eso asusta un poco, lo comprendo. Usted no es más que nuestro vecino, de hecho fue usted quien eligió serlo. Nosotros ya vivíamos aquí y usted con sus discos, su tabaco, sus licores se mudó pared por medio. Nos sedujo un mundo tan distinto al nuestro, tan particular (ríe) Imagínese, ¡caña Legui!… ¡Pedro Augusto! Nuestro vecino está temblando!!! Como todos los otros. Recuerdo que el Sr. Canelo coleccionaba etiquetas de cigarrillos, un pasatiempo estúpido por cierto, sin embargo lo estúpido lo volvía atractivo. Fue más fácil deshacerse del Sr. Canelo que de sus etiquetas. Seguramente hay algunas por ahí…
Sr. Lenguita: ¿Qué le hicieron al Sr. Canelo?
Sra. Gabart: (Ríe) ¡Pedro Augusto! Pregunta que le pasó al Sr. Canelo. ¿No lo habrá mandado el Oficial Gamarra a usted?
Sr. Lenguita: ¿Quién? ¿Qué?
Suena “El ocaso de los dioses” de “El Anillo de los Nibelungos” de Wagner.
Sra. Gabart: ¡Escuche, Sr. Lenguita! Que maravilla. El creador se desvanece ante la belleza de la creación. A Canelo le pasó lo que a Sigfrido en “El ocaso de los dioses”. Escuche, este es el momento en que Brunilda, ciega del dolor por el abandono de Sigfrido, lo mata.
El Sr. Lenguita corre a la puerta, intenta abrirla con desesperación, pero está cerrada. Forcejea y golpea sin éxito.
Sr. Lenguita: ¡Abran la puerta! ¡Ábrala, le digo! ¡Auxilio! ¡Alguien que me ayude!
Sra. Gabart: (Se acerca con el soplete lanzando fuego) Estése quieto, hombre. ¿Dónde va a ir? Bailemos, se sentirá mejor…. Espalda erguida, mejilla con mejilla… sino es un mamarracho!… (Aniñada) ¡Pedro Augusto!, el Sr. Lenguita no quiere bailar! Qué
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maravilla la ópera. El Sr. Canelo nos introdujo en su conocimiento. Ésta era su preferida. Una ópera tan amoral como la vida misma. En su último suspiro dijo que yo era su Brunilda… Qué romántico (El Sr. Lenguita se abalanza sobre la Sra. Gabart intentando estrangularla, pero ésta con habilidad le propina un golpe en el bajo vientre, que lo inmoviliza) Le decía que el Sr. Canelo escuchaba ópera sentado en aquel rincón mientras bebía su copa de bourbon y contemplaba réplicas casi perfectas de pinturas renacentistas. Son sus discos. Qué raro es el ser humano. Opera y etiquetas de cigarrillo. Una incongruencia. Pero así era el Sr. Canelo. Subí el volumen, querido. Esta es mi parte preferida…
El Sr. Lenguita empuja a la Sra. Gabart y va nuevamente hacia la puerta. Grita y golpea con fuerza.
Pedro Augusto: (Grandilocuente. Blandiendo un caño) Pasen y vean el triste espectáculo de un hombre seguro de sí que se ha convertido en un gusano llorón.
Sra. Gabart: Me desilusiona, Sr. Lenguita. Pensé que pelearía como los guapos esos de los que me hablaba, no como una muñequita de repisa.
El Sr. Lenguita tira otro golpe a Pedro Augusto. Este lo esquiva con gran habilidad y le pega con el caño.
El Sr. Lenguita cae malherido
Sra. Gabart: Ay, Pedro Augusto! Quería bailar un poco más. Es su culpa, Sr. Lenguita. Con su comportamiento inapropiado, lo ha acelerado todo.
Sr. Lenguita: Por favor… por favor….
Sra. Gabart: Esta rogando, Pedro Augusto…
La Sra. Gabart refunfuña. Pedro Augusto se acerca al Sr. Lenguita y en un movimiento inesperado azota el caño en su cabeza. La Sra. Gabart bailotea unos pasos más en el lugar como hipnotizada.
Pedro Augusto: (Se acerca al cuerpo del Sr. Lenguita, lo toca con el caño como para comprobar si no se mueve. Un charco de sangre aparece debajo de su cabeza) En estos momentos me siento el mejor plomero del mundo… Es un hombrecito pequeño. Será más sencillo que con la Srta. Pickart. Cuidado querida, no te acerques tanto que mancharás tus zapatos rojos.
Sra. Gabart: ¡Ya no la nombres! Que me da nauseas. (Se tapa la cara para no ver el cuerpo muerto) Deberíamos conversar Pedro Augusto sobre esto (señala al muerto) Quizá a futuro no sea necesario. Si tan sólo los sacáramos de nuestras vidas, cuando ya empezamos a desencantarnos, sin tener que… bueno… eliminarlos, por decirlo de alguna manera. Ese oficial Gamarra, Gambarro, Gam… no recuerdo, llama cada vez más seguido…
Pedro Augusto se desdibuja unos instantes y aparece el Sr. Gabart.
Sr. Gabart: Pedro Augusto necesita hacerlo. Y tiene tanta fuerza su deseo que yo no puedo controlarlo. No me avergüences, querida. Él es poderoso, mejor que yo, siempre
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se impone en mi cabeza, se apodera de mi, me domina… (Solloza) terminarás prefiriéndolo… yo soy tan ordinario, tan parecido a nuestros vecinos…
La Sra. Gabart lo abraza con ternura.
Sra. Gabart: No quise indisponerte, querido. No, no, sólo quería ayudarte.
Sr. Gabart saca una sierra de su caja. Ella retrocede. Nuevamente es Pedro Augusto.
Sra. Gabart: Recogeré algunos discos y algo de tabaco. Es tan bueno su tabaco. Las botellas de caña las dejaré, entiendo que no te agradan.
Pedro Augusto: ¡Magnífico! Ya era tiempo de recuperar nuestro bourbon. (Blande la sierra. Mira el cuerpo del vecino muerto) No me tardo, querida.
Sra. Gabart: (Pícara) Termine con lo suyo, Pedro Augusto. Iré a esperar a mi marido con mi mejor satén y una copa de ese bourbon que tanto extraña. El que por cierto era del distinguido Sr. Canelo.
Pedro Augusto: Un pena, solo queda una botella. Sra. Gabart: Entonces mejor llevo la caña.
Pedro Augusto: Mejor. (Saca un pequeño disco de su caja y se lo extiende) ¿Podría por favor, Sra. Gabart?
Sra. Gabart: Por supuesto, Pedro Augusto.
La Sra. Gabart coloca el disco. Suena un vals de Strauss. Pedro Augusto se estremece de placer. La Sra. Gabart sale y él se abalanza sobre el cuerpo.
Escena 5 – De cómo la rutina se apodera de la vida… casi siempre.
Departamento de los Gabart. Ella en ropa interior de satén blanco y él con un “robe de chambre” rojo. Ambos beben sendas copas de bourbon. En el fonógrafo suena Haendel. Se acercan con sensualidad, se huelen, se besan en los cuellos. Beben.
Sra. Gabart: ¿Entonces querido?
Sr. Gabart: Pedro Augusto debió ingeniárselas esta vez para deshacerse del Sr. Lenguita. Quedó agotado.
Sra. Gabart: El pasado me aburre… Ahora Lenguita me parece tan vulgar.
Sr. Gabart: Te lo dije desde el principio, pero insistías en que todo en él era virtuoso. Sra. Gabart: La poesía del tango, lo es.
Sr. Gabart: Poesía fue lo que hizo Pedro Augusto. Ya no hay pared que pueda recibir otro cuerpo. Te lo advierto.
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Sra. Gabart: Es lo que intenté decirte hace unas horas.
Sr. Gabart: Sería a Pedro Augusto.
Sra. Gabart: No, fue a… Bueno, si, fue a Pedro Augusto
Sr. Gabart: No me gusta que me hables de esas cosas tan propias del plomero.
Sra. Gabart: (Resignada) Está bien, las hablaré con él cuando venga a controlar nuestras cañerías.
Sr. Gabart: Vendrá muy pronto. Es un obsesivo de su trabajo. (Pausa) Pedro Augusto es un mago, pero definitivamente ya no hay lugar entre los caños, querida.
Sra. Gabart: Lo mismo dijiste luego de “ubicar” a la abundante Srta. Pickart… Sin embargo ahí está, emparedada en el lavadero.
Sr. Gabart: Aurelia, no me gusta que hables así.
Se oye un ruido extraño. Ambos se sobresaltan.
Sr. Gabart: Te lo vengo diciendo: nuestras paredes se quejan.
Sra. Gabart: O nuestros muertos.
Sr. Gabart: Estás desbocada.
Sra. Gabart: Lo siento, un exabrupto. ¿Más bourbon?
Sr. Gabart: Por supuesto.
La Sra. Gabart sirve nuevamente. Beben. Cierran sus ojos dejándose llevar por la música
Sra. Gabart: Un tabaco, cariño.
Sr. Gabart: (Ambos encienden un cigarrillo) Estos sí que son buenos.
Sra. Gabart: ¿Cómo será nuestro próximo vecino?
Sr. Gabart: O vecina. Eso espero. Es mi turno.
Sra. Gabart: (Ríe) Sr. Canelo, Srta. Pickart, Sr. Lenguita… Tic, tac, tic, tac, como un reloj. Perfecto y constante. Rutinario. Imagino que ya pusiste el aviso en el diario. (Suspira) Es que estoy un poco aburrida.
Sr. Gabart: Oh! Era eso.
Sra. Gabart: Lo cotidiano me fastidia.
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Sr. Gabart: Lo sé.
Sra. Gabart: Estaba pensando en…
Sr. Gabart: No sé porque intuyo que Pedro Augusto tendrá más trabajo que nunca.
Sra. Gabart: No puedo evitarlo, querido, Pedro Augusto me excita especialmente sobre todo cuando tiene que poner en juego toda su experticia. Adoro su talento. Me seduce. Un hombre desarrollando su saber me estimula, mi incita. Con solo pensarlo me acaloro…
Sr. Gabart: Estás deliciosa, como para comerte con la mano.
Sra. Gabart: A veces pienso como sería nuestra vida sin el plomero. Sólo nosotros.
Sr. Gabart: (Serio) Ni lo pienses, querida.
Sra. Gabart: Sólo rutina. Tedio. El fin del amor. (Pausa) ¿Será que cada pareja tiene su plomero?
Pausa. Se miran.
Sr. Gabart: (Acercándose a ella) Frotémonos.
Sra. Gabart: Eso es tan animal.
Sr. Gabart: (Se acerca por detrás y la toma del cuello, besándola) Tu piel huele a sexo.
Sra. Gabart: (Se frotan) Quiero que cambies el aviso del diario.
Sr. Gabart: …
Sra. Gabart: “Habitación disponible para matrimonio joven”.
Sr. Gabart: (La toca en la entrepierna) Tu audacia me pone duro.
Sra. Gabart: Tus dedos me estremecen.
Sr. Gabart: Voy a meter mi pija en tu culo.
Sra. Gabart: (Se tapa los ojos) ¡Los modos, Sr. Gabart!
Sr. Gabart: Mis disculpas, querida.
Sra. Gabart: No es necesario que lo anuncies, sólo hazlo, cariño.
Suena el teléfono. Se miran. Resoplan. Finalmente la Sra. Gabart atiende. Escucha unos segundos.
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Sra. Gabart: Sí, creo que ese era su apellido. No recuerdo muy bien los apellidos de nuestros vecinos…
Sr. Gabart: (en voz baja) ¿¡El policía!? Ella asiente.
El Sr. Gabart bufa.
Sra. Gabart: Hace varios meses que se fue, Oficial. ¿Esta tarde? El Sr. Gabart y yo saldremos esta tarde. (Tapa el audífono, al Sr. Gabart) Quiere venir a interrogarnos. Dice que es muy sospechoso tantas desapariciones y que nosotros algo debemos saber. Te dije que el idiota oficial Gamberro, Gambarra, o como se llame, está muy insistente. (El Sr. Gabart le hace señas que no) Como le decía, por las tardes mi marido y yo damos un paseo. No!, como se le ocurre? (Tapa el audífono, al Sr. Gabart) Quiere acompañarnos para que hablemos. (El Sr. Gabart insiste negando) No, de ningunamanera. Nuestros paseos son… ¿Pasar por la comisaría? ¡Qué ganas de molestar a la gente, Oficial Gamarra! Como se le ocurre que vamos a desviar nuestro paseo para pasar por su comisaría. Qué incomodidad. ¡Un disparate! Seguramente ni siquiera tiene una copa de buen bourbon para invitar… ¿Ah, la tiene? (Tapa el auricular, al Sr. Gabart) Dice que tiene un bourbon de Kentucky…
Sr. Gabart: ¿¡De Kentucky!?
La Sra. Gabart asiente entusiasmada. Vuelve al teléfono.
Sra. Gabart: ¿De Kentacky, oficial? ¿No me engaña? (Silencio) Bueno, tal vez nos damos una vuelta por ahí con el Sr. Gabart. ¿Está seguro que es de Kentacky? Porque no es fácil de conseguir… (Tapa al auricular otra vez) Dice que sí, añejado en una novel barrica que luego se deshecha, fabricado de un trigo rojizo de invierno, bla, bla, bla…
Sr. Gabart: Datos precisos. Sabe de lo que habla. Si, si, vamos a pasar, quiero degustar ese bourbon de Kentacky.
Sra. Gabart: ¿No es peligroso, querido?
Sr. Gabart: Un whisky así, bien vale el riesgo.
Sra. Gabart: (Vuelve al teléfono) Ya le dije que hace tiempo no vemos a la Srta. Pickart. ¿Cómo cree posible que hayamos tenido una relación con esa mujer? Apenas si nos saludábamos en el pasillo, a veces… ¡Mucho menos con sus familiares! (Escucha) ¿Qué, qué clase de amigos podría tener una mujercita como ella? Masculinos y complacientes (Al Sr. Gabart) Insiste con la gordinflona. Imposible imaginar que alguien se preocupe tanto por ella (Vuelve al teléfono) Si, complacientes, de billete en la mesa de luz… ¿Comprende?… (Al Sr. Gabart) Confieso que siento cierto placer al difamarla. Pero de algo tendremos que hablar con Gamberro mientras nos tomamos el whisky…
Sr. Gabart: Que prepare los vasos adecuados.
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Sra. Gabart: (Al Sr. Gabart) Si, si!. (Al teléfono) Exacto. Es lo que imagina. Debe estar con algún millonario paseando en un gran barco por el Nilo… riéndose de nosotros…. Sí, el Nilo, el río más largo del mundo. O el más ancho. Bueno, no sé… Sí, Cleopatra, Egipto. (Al Sr. Gabart) El bruto no sabe dónde está el Nilo. Qué horror. Espero que sea realmente bueno ese whisky de Kentacky. (Al teléfono) Es esa clase de mujer, Oficial. La que está pensando. Y usted preocupándose por ella…. Si, ya se que es su deber y todo eso… (Al Sr. Gabart) Qué pesado. Tanta ineficiencia me aturde (Suspira cansada) Después la seguimos, oficial, con una copita de ese bourbon que dice tener…
Sr. Gabart: (Entusiasmado) De Kentacky.
Cuelga el teléfono. La Sra. Gabart se sienta y mueves sus pies. Mueca de dolor Sra. Gabart: Un barco por el Nilo… (Ríe) ¿No te parece una genialidad?…
Sr. Gabart: Es tan excitante que el oficial ese, el tal Gambarra, Gamberra o como se llame, se interese por la sanguínea Srta. Pickart. Llevaré un poco de tabaco del Sr. Lenguita para convidarle. Es de buena educación, ¿no lo crees querida? (Pausa) Tenés hinchados los pies.
Sra. Gabart: No lo creo. Sr. Gabart: Es notorio.
Sra. Gabart: No lo es. Y ya no me molestes, que nada digo sobre la “robe de chambre” que te queda visiblemente holgada.
Sr. Gabart: Cómoda de hombros.
Sra. Gabart: El Sr. Canelo tenía una espalda como Tarzán.
Sr. Gabart: Y los piecitos de la Srta. Pickart, eran como los de Cenicienta.
Sra. Gabart: Qué fastidio. Lo cotidiano me aburre tanto.
Sr. Gabart: Lo sé muy bien.
Sra. Gabart: Definitivamente necesitamos a Pedro Augusto en nuestras vidas.
Sr. Gabart: Es lo que digo.
Exhalan humo, beben sus copas, suspiran.
Sra. Gabart: Si no aparece un nuevo vecino rápidamente, desfalleceré.
Sr. Gabart: Quizá dos. Ojalá gusten de los buenos licores y de la buena música. Se nos están acabando nuestras provisiones.
Sra. Gabart: Ojalá.
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Sr. Gabart: Me excita de sólo pensarlo.
Sra. Gabart: Más excitante será lo que traigan con ellos.
Suena el timbre de la puerta. Los dos se miran y sonríen.
FIN