Abigael Bohórquez
(México, 1936-1995)
Conocido en Suramérica más como poeta, el caborquence nos ofrece la punzada aguda de un dramaturgo universal que no abandona, sin embargo, los vientos particulares del ambiente mexicanísimo que siempre lo rodeó. Esta obra que presentamos ahora —la cual nos llega gracias al trabajo de Gerardo Bustamante en Dramaturgia reunida de Abigael Bohórquez (2014)— está cargada de un sentido del humor que hace sinergia, sin duda alguna, con el universo de lo popular que el escritor da muestra de conocer muy bien; además, desenvuelve una finísima ironía que horada puntillosamente los deseos humanos más sórdidos y comunes y risibles. ¡Bien se lleguen!
Quechilóntzin Stranger
(Tortifarsa en un acto)
Personajes
Dueña
Enano
Princesa
Rey
Consejero
Dos guardias
Quechilóntzin Stranger
Época: Valle de México, cuando hubo grandes lagos, en Indinnópalis.
Acto único
Una gran estancia en el Palacio Real. Ricos camastros, pieles de exóticas fieras por alfombras; equípales. Puerta arriba centro que lleva al exterior. Ventana a la derecha, desde donde los actores contemplarán el espectáculo del tianguis, con su policromía de puestos de flora y fauna. Por la ventana, la Princesa, mira expectante hacia los tendidos de verdura; se le ve febril y excitada; a la mitad de la estancia, sentada sobre un equipal está la Dueña o nodriza que pela nopales con un cuchillito de obsidiana. Junto a ella el Enano bufón, que después hará marometas, si el erario Real le paga lo que le debe.
Lados: los del público.
Música: prehispánica, pero como que muy acá.
Escena I
Dueña: (Al Enano refiriéndose a la Princesa) «L a Princesa está triste».
Enano: «¿Qué tendrá la Princesa?»
Dueña: «Los suspiros escapan de su boca de fresa…»
Enano: (Corea bromeando burlescamente) …esa.
Dueña: «Que ha perdido la risa…»
Enano: …isa.
Dueña: «Que ha perdido el color…»
Enano: …lor.
Dueña: ¡Ay, no mames!, ya pórtate, baboso.
Enano: …oso.
Dueña: «La Princesa no ríe…»
Enano: «La Princesa no siente…»
Dueña: …ente.
Enano: ¡Ah!, ¿ya ves?
Dueña: «La Princesa persigue por el cielo de Oriente…»
Enano: …ente; órale, ya me las pegaste.
Dueña: «La libélula vaga de una vaga ilusión».
Enano: Parlanchina, la Dueña, pela y pela nopales.
Dueña: (Aludida) Yo. «Y vestido de rojo piruetea el bufón.»
Enano: Yo mero. Pero no tengo humor. El Rey me debe dos quincenas, dizque se hundió la lancha con la nómina.
Dueña: ¿Qué tendrá la Princesa, en ano?
Enano: Tiene un montonal de horas ahí, mirando hacia los puestos de chiles.
Dueña: Y, ¿por qué mirará hacia los chiles anchos, en ano?
Enano: Es que ya está en edad de merecer. Y no me estés jodiendo con en ano. Muy su ano y para lo que le sirve.
Dueña: Lo decía por el tuyo, en ano. Eres tan insignificante que parece que de ahí sales, en ano.
Enano: Lo que tengo de enano…
Dueña: Ano. Te gané.
Princesa: (Suspira quejumbrosamente) ¡Ay!.
Dueña: Murmulla.
Enano: La tuya.
Princesa: ¡Ay!
Enano: (Por escucha) Oi.
Dueña: ¡Uy!
Princesa: ¡Ay, qué picor, qué enchilor el chile en flor! (Va a desvanecerse. La Dueña se levanta, deja los nopales sin pelar sobre el camastro próximo y corre para sostenerla. El Enano asimismo quiere ayudar. L a Princesa le cae encima y lo aplasta)
Enano: ¡Ay!
Dueña: Salte de ahí, muévete, espantajo.
Enano: Pues ayúdame, quítamela, pendeja, me sofoco. La Dueña mueve a la Princesa y aparece el Enano.
Dueña: (Tomando a la Princesa de las axilas; al Enano) Tú levántale las patas.
Enano: Las reales patas, si me hace el favor. El Enano la levanta de los pies, pero le mira por adentro de las faldas, al abrirle las piernas para llevar a su alteza al camastro.
Enano: ¡Ay!, ya vi qué tiene.
Dueña: ¿Qué tiene?
Enano: (Desilusionado) Un chayóte húmedo, allá, allá, muy allá. (Se asoma por el hueco de la falda) Futaa, desde que los aztecas subieron las tarifas del agua, ¡hay cada pulque acedo entre tinieblas! Yo que pensaba que las princesas lo tenían diferente. Apenas pueden con la Princesa; van llevándola hasta el camastro.
Enano: Pesa. (Reprime un grito) ¡Ay!
Dueña: Y ¿ahora qué, en ano?
Enano: Precisamente por ahí, un pédotl. Es que me aventé una jarra de curado de guamúchiles con la tunca Zenaida.
Princesa: ¡Ay!
Enano: Chale, ¡que ya cambie de vocal!
Princesa: Iy.
Enano: Oí.
Dueña: Uy, ey.
Princesa: ¡Ay, qué chilóntzin que vide!. Le brotaba, le salía, le crecía, le nacía, le surgía. (La tiran al camastro. Da un alarido) ¡Ayyy! (Se incorpora rápidamente. Da la espalda al público para mirar el camastro y en la espalda tiene incrustados los nopales de la Dueña).
Dueña: Liiiiijj, ¡la nopaliza!
Princesa: ¡Oh!. ¡Uf! ¡Ahhh! (La Dueña desprende los nopales. El Enano trae un equipal y se sube para ayudar). Qué castigo. Pero castigo peor es no volver a ver lo que yo vide. Quiero salsa de ese fruto que miré. Padezco, ¡ay de mí!… Era… era… así (hace el ademán de medida con los índices de cada mano) como el más grueso y fresco quiote de un maguey.
Dueña: ¡Ay, güey!
Princesa: Mísera de mí, que yo lo vi. (Se desmaya sobre la cama)
Enano: ¿Así? (Hace el mismo ademán)
Dueña: ¿Qué podrá ser? ¿Así? (El mismo ademán) No entiendo petroglifos.
Enano: No digas más, háblale al Rey su padre que parece caída en coma.
Dueña: Pero en su cama. Vuelo, en ano.
Enano : Corre, en ano. (Se rasca la cabeza y hace el ademán de nuevo) ¿Así? Adivina adivinador, ¿qué cosa es que es así y yo no sé qué es? Pues de aquí no es. Por Xóchitl, la aguamielera, que no es de aquí. (Sale dando marometas)
Princesa: (Quejándose) Que no es de aquí.
Oscuro.
Escena II
En escena: el Consejero, el Rey y dos guardias a la puerta. El Rey se pasea nervioso por la estancia, la Princesa ha desaparecido, confinada en otro aposento del Palacio.
Rey: (Al Consejero) ¿Qué ha dicho el Gran Curandero?
Consejero: Que es mal de amores, de algo que vido y antojósele, Señor.
Rey: ¡Ay, qué culto!, no me hables así. ¿Qué vido y antojósele?
Consejero: Un chile, Señor.
Rey: ¿Un chile, dices?
Consejero: Un chile, Señor.
Rey: ¡Ay, chirriones! ¿Un chile? Pasilla, poblano, ancho, mulato, deárbol, chilpoctli, guajillo, jalapeño, bolita, serrano, relleno, enrajas, escabechado, cascabel, mira pa’rriba, ¿de cuál?
Consejero: Chile de varón, Señor.
Rey: ¿Eh? ¿Cuáles son esos? No los conozco.
Consejero: Chile de miar, Señor.
Rey: Por Huitzilopochtli, ¡repite!
Consejero: Verga, Señor.
Rey: ¡Por Coatlicue! ¿De quién?
Consejero: No ha querido confesar.
Rey: (Ordenando) Hazla llamar y que hable.
Consejero: Está dormida.
Rey: Páramela enseguida, que ya me venga la paz a este atribulado corazón lacustre, anda, jálatela.
Consejero: Tú que eres Rey Poeta y en el aire las compones… ¿Aquí Señor?
Rey: Qué cosas dices: a ella. Y déjanos solos. Qué vergüenza. A ver con cuál chile me sale. (Mutis del Consejero. El Rey va hasta la ventana y le grita a la muchedumbre). Raza de tortilla con sal. Chile con chile. Pelusa. Morirán, ¡Pulqueros!
Entra la Princesa muy desmejorada, ojerosa, debilucha.
Escena III
Princesa: Padre…
Rey: Hija de la… real sangre que te distingue, capullo primogénito y único de mi sementera, reina próxima de Indiannópalis, ¿qué es eso que cuentan de un chile de varón, garza mía, sinzontle de la mañana, pajarillo barranqueño?
Princesa: ¡Ay!. ¡Ay!. No he vuelto a verlo. Lo he perdido. No será de por acá.
Rey: Vamos, cuenta, soy todo chiles, digo, todo oídos para escucharte. Qué escándalo en la corte. Hay que cortar por lo sano.
Princesa: ¡No ! ¡Que está muy sano!
Rey : Habla. Abrevia calenturas.
Princesa: (Relata) Andándome yo paseando con mi dueña y mis doncellas por el tianguis, admirando las ricas y varias cosas que expenden los naturales destas fértiles regiones, productos óptimos de agua, aire y tierra…
Rey : ¡Ay, no declames!
Princesa: Es que no sé cómo empezar.
Rey: Improvisa. Ya empezaste, acaba, mi tórtola del Ajusco, amapola del camino, varita de nardo, flor sin retoño, flor silvestre, María Candelaria.
Princesa: Mientras ellas se entretenían devorando acociles, xumiles, chapulines y pepitas en un expendio colmado de delicias: cacahuates, habas tostadas, semillas de capulín, dulces pencas de maguey de mezcal tatemadas, perdíme entre los vendedores de chile que a grandes voces pregonaban su mercancía tan apetecida por los aborígenes destas comarcas… de pronto escuché una voz de hombre, muy de varón bien machín, como que no era de por aquí: «Mira qué chile, marchantita», dijo la voz. Me dirigí hacia donde provenía aquel: «Mira qué chile, doncella, del que te hará llorar, aprébalo, marchantita, aprébalo», escuché de nuevo y entonces… ¡Oh! (Va a desvanecerse)
Rey: ¿Otra vez? Deja el desmayo para otra ocasión y apremia.
Princesa: …semioculto entre los ramos bellidos de alcatraces y caléndulas, sentado en cuclillas sobre sus piernas color de rojo barro, estaba un vendedor de chiles. Lo miré al rostro, yo candorosa y era muy apuesto, no tan prieto como los indígenas destas playas, sino más bien deslavadito como un amoli, de grandes ojos oscuros, bonito pelo, y desnudo.
Rey: ¿Desnudo?
Princesa: Sí, bichi, en pelotas, y ¡qué pelotas!
Rey: ¡Niña!
Princesa: Dirás quedada. Ya tengo 25 años y es edad de cotorra. Además todo eso de bolas y en dónde, nos lo enseñan en el taller de sexología las expertas.
Rey: Sigue, pues.
Princesa: Volvió a decirme: «Mira qué chile, doncella, del que te hará moquear». Entonces miré la mercancía y… lo otro.
Rey: ¿Lo… otro?
Princesa: (Lúbrica). Sí, porque estorbaba. resaltaba entre los montones de serramtos. Era algo asi como un camote terso y recién arrancado de la tierra, gordo, de fina punta, surcado por gruesas venas que hacían más vibrante aquel como estropajo nuevo colgando de la rama madre y que descansaba retador sobre el piso de la plaza… Me dio un piquete…
Rey: ¿Cómo ? ¡Por Tezcatlipoca!
Princesa: Digo, un pálpito en el estómago y creí sucumbir. Cuánto? —inquirile—. «Dos talegas de cacao», me respondió. Y se me hizo bien barato el aguayón.
Rey: Cordura.
Princesa: Yo sólo tenía ojos para aquel miembro excitante. Es fama muy probable que los chúntaros destos lares lo tienen pequeñito como gusano de maguey y sólo lo utilizan, mejor dicho, lo colocan para procrear. Pero aquel de aquel era para armar un Cuecuechcuicatl. ¿Y, eso qué es? —le pregunté— «¿Cuál es eso?»—me respondió. ¡Eso!, le contesté, lo que te nace entre las piernas y que brota dentre los bellos del bajo vientre. «¿Esto?» —y se lo colocó entre las manos—. ¡Qué tamaño!
«Oh» —dijo sencillamente—. «Es mi mazo, mi lanza, mi macana, mi cachiporra para las guerras floridas». Y desmáyeme de calores. Cuando las doncellas y la dueña, ante el alboroto que provocó mi desvanecimiento vinieron y levantáronme, ya el mancebo había desaparecido. He aquí pues, padre mío, la causa de este horrendo mal que habrá de llevarme al más allá.
Rey: Se dice el Mictlantecuhtli, la agencia fúnebre.
Princesa: (Poniéndose histérica y chipilona, «hace teatro») Qué voy a hacer, lo quiero, lo quiero todo para mí, mío de mí, de lo contrario, arrojareme a la laguna con una mano de metate atada al cuello in memoriam.
Rey: No mi casita de paja, mi barca de oro, mí noche de ronda, mi paloma cucurrucucú.
Princesa: No, si lo buscan y me lo traen.
Rey: No sabemos ni cómo se llama.
Princesa: Tiene señas demasiado particulares.
Rey: Es de la plebe, es un macehual.
Princesa: Ya quisiera cualquier macehual de mierda tener un cachito de lo que a éste le cuelga. Tráemelo o me ahorco.
Rey: Debe ser extranjero, forastero, no de nuestra gente.
Princesa: Ya es tiempo de mejorar la raza.
Rey: ¿Y tu compromiso con el Príncipe de Ayotla-Tlapacoyan?
Princesa: Deshazlo, declárale una guerra, hazlo carnitas, barbacoa, mixiotes, birria… Además, la ha de tener bien chiquita.
Rey: Pero, ¡por Huitzilíhuit! Qué gula, oh, lascivia, oh, lujuria; tragona.
Princesa: Siempre has hecho realidad todos mis sueños, mis deseos, el más chirris de mis caprichos. No veo por qué éste no. Recuerda que me estoy pasando. Envejeceré muy pronto. Quiero llegar al trono de Indiannópalis todavía buena y tú con nietos.
Rey: No es conveniente; dejar paso franco a la infiltración extranjera, sería la corrupción de nuestras tradiciones, de nuestra idiosincrasia. Sería el caos, nuestro sistema de comercio se vendría abajo con la fayuca.
Princesa: Adiós, entonces. Muero por él.
Rey: No, espera. Déjame pensarlo un poco.
Princesa: (Agravándose, agónica, finge) Dueña, Dueña, a mí, ¡muerta soy!
Entra la Dueña alarmada.
Dueña: ¿Qué ocurre, niña?
Princesa: «Vivo sin vivir en mí, que muero porque no muero». ¡Ay, Dueña!, que lo busquen, que me lo traigan; si es extranjero lo encontrarán en las ciudades perdidas de la periferia, donde se hacina el lumpen de provincias.
Dueña: Sí, amita, sí, mi niña. (Corre hacia el Rey y se prende de su túnica. El Rey le da de manotazos)
Rey: ¡Zape! ¡Zape! ¡Aparta!
Dueña: Señor, mi Rey. Supremo Mandamás, salva del polvo y del exterminio de la muerte a la Princesa.
Rey: «Sólo estamos de paso… un solo instante sobre la tierra.»
Dueña: Deja la poesía, busca a ese forastero. (Se arrodilla ante el Rey) De lo contrario, mi niña morirá sin conocer descendencia. (Cómplice) Hazlo o le cuento de tu idilio con el Rey Nezahualcóyotl, cochino, cuilcontli.
Rey: (Entendiendo) Guardias, guardias, recorran toda la ciudad, casa por casa, y busquen a ese hombre desnudo, que ha de andar por ahí, dando qué desear, tentando cuerpos solitarios. (Se aloca) ¡Ay! Registren las barrancas, las cuevas, los jacales, donde se amontonan todos los extranjeros y busquen a ése que se distingue de los demás por… (No se atreve. Se lo dice en
secreto a uno, pero hace el consabido ademán con los índices de cada mano) De prisa, ¡vamos! (Los guardias salen de estampida) Habrá que ver ese fenómeno. (A la Dueña) Y tú, llévate a esa pésima actriz y que la metan al temazcal, que se lo lave, ya llegan brisas de fetidez, y que venga el Consejero.
Dueña: Vamos, niña, vamos. (Van saliendo. La Princesa sigue pujando) Debes lavártelo.
Princesa: Que lo encuentren en el acto, «que muero porque no muero.»
Mutis de ambas.
Escena IV
Rey: (Cavila) Mi idilio con Neza… Chantajista… Si ya me dejó por el Príncipe de Coatepec, que ha de mover mejor la mandíbula.
Entra el Consejero.
Consejero: Está muy grave su Alteza.
Rey: Patrañas. Y todo por un aparato genital que yo no he visto.
Consejero: Qué gran poeta eres.
Rey: (Furioso) Prepara la guerra contra los de Ayotla-Tlapacoyan. Pretexta invasión predial, contaminación de la laguna, usar como excusados las reales chinampas, haberse zampado uno de los 500 guajolotes de Palacio, violación a las leyes de Tránsito por los canales, brujería, mal de ojo, lo que sea, cualquier pretexto, como en todas las guerras, para que quede deshecho el compromiso matrimonial de mi hija con el Príncipe heredero de esos arrabales, a ver si me traen algunas viejas nuevas, las últimas cautivas de Chapingo ya están muy abocinadas, ¡ah!, y a ver si se les pega por ahí de Chalco algún piltontli cuero para mi tiempo libre, hace ya meses que no pruebo mi sangre de pichón, por culpa de esas viejas bombas. He roto con Tezcuntzingo. El rey Nezahualcóyotl ya no paraguas. Saquen la mota y que se las truenen los caballeros grifa, para que le metan ímpetu a la epopeya. Vamos, a la carga, mis valientes.
Consejero: Sí, su Majestad.
Rey: Y que venga el Enano. Necesito reír. (Mutis del Consejero. El Rey cavila) «Ser… o no ser… He ahí el dilema…»
Entra el Enano. El Rey lo mira y suelta la carcajada. Lo señala muerto de la risa. El Enano hace pucheros.
Enano: Buuuu… Buuuu.
En ese momento los cuícos entran con el extranjero al que han cubierto con una tilma larga o una capa o un gabán. El Rey se levanta de prisa; excitado.
Escena V
Rey: Es él, ¿éste?
Guardia I: Puede ser él, éste. A juzgar por la chulada que le cuelga.
Guardia II: Le procuramos ese gabán. Se le veía mucho el cámotl.
Guardia I: Es forastero. De los venidos del norte. De los que comen carne seca a puro jalón de quijada.
Guardia II: Pero habla nuestro idioma, un poco golpeado, pero lo habla.
El Rey coloca de espaldas al público al forastero para levantarle el gabán. El Enano llega a husmear.
Rey: Vamos a ver. Descubrámoste. (El Rey le levanta el gabán)
Enano: (Se desmaya) ¡Uta madre!
Rey: Virgen de medianoche. Qué portento. Qué mazacóatl, qué boa, qué anaconda, qué pitón. Pero cubre tu desnudez. Eso sí, salva a mi hija o mátala.
Voz de la Princesa: (En recámaras) Aunque me deje pelona, aunque me cueste la vida, aunque me sienten en árnica, yo quiero, «que muero porque no muero.»
Rey: (A los guardias) Que se bañe, vístanlo, acicálenlo, pero que no lo vean las mujeres. Y luego se lo llevan a esa quejumbrosa. Que pague con brillantes su pecado. (Hacen mutis con él. El Rey le da una patada al Enano que se levanta) ¡Órale!
Enano: ¿Viste?
Rey: Vide. ¡Por Zeus!
Oscuro.
Escena VI
Sobre el camastro, sentados el Enano y la Dueña, en actitud expectativa, muy juntos el uno a la otra.
Dueña: Ya le echaron el gallo. Estaba guapísimo el extranjero. Con sus ropas blancas y perfumadas de copal, sólo que se le notaba mucho el bulto bajo el taparrabos.
Enano: No va a decir ni pío su Alteza. ¡Crack! Como gorrión herido.
Dueña: Eso quiso. De antojo, la que por su gusto muere, crack, ni pío… (Grita la Princesa) Pero eso no fue ningún pío. Graznó. (El Enano ha brincado sobre el regazo de la Dueña. L a Dueña lo avienta. El Enano se arrima mucho a la Dueña) Hazte pallá, ¿qué quieres? ¡Sácate!
Otro grito.
Enano: Ahora cacareó.
Dueña: ¿Qué esperabas? ¿Qué estuviera muerta de risa? Y estaba vieja, pero señorita.
Enano: Va a quedar inservible; es que tú no viste aquello. (Levanta su pierna) Mira, como toda mi pierna, hasta acá. (Señala el final del muslo) Triste un acocote pa recoger aguamiel. Oí, ya no se oyen alaridos. Se desmayó.
Dueña: Eso crees. Es elástico. A lo mejor ya le entró.
Enano: (Se pone íntimo como una pequeña plaza) Oye, y cómo es, ¿eh? Yo nunca lo he hecho… con una mujer.
Dueña: ¿Qué insinúas?
Enano: ¿Me dejas probar?
Dueña: (Ahora sí lo tira al suelo) Cállate. No saldrías del laberinto. Perdido vagarías entre sombras, pequeñín. Búscate una de tu tamaño.
Enano: Ya me aburrieron las guajolotas.
Dueña: ¡Uuuu!, ni has de tener.
Enano: A las pruebas me remito.
Dueña: ¡Ay, sangrón! (lanza risitas) ji ji ji ji, ven que te la vea.
El Enano corre tras ella.
Enano: Llorarás.
Dueña: De risa. Ji ji ji ji.
Enano: No huyas, cobarde. (Mutis corriendo tras la Dueña y su ji ji ji)
Voz de la Dueña: Ven que te la tiente, ji ji ji ji.
Entran el Consejero y el Rey.
Escena VII
Rey: ¿Qué ocurrirá en Palacio? Todo el mundo se persigue, se tienta, se olfatea. Yo tuve que huir de esas marranas insatisfechas. Guangas. ¡No tuve erección!
Consejero: Una buena ensalada de aguacates, Señor.
Rey: No. Lástima. Escucha. ¡Qué carreras por las recámaras! Parece que se andan metiendo mano, ni los cuícos están en sus puestos.
Consejero: Es el himeneo.
Rey: ¿El qué?
Consejero: El himeneo.
Rey: ¡Ay, qué meneo!
Consejero: ¿Y la boda Real?
Rey: Primero hay que ver cómo la dejan. Pero habrá boda. Tampoco van a burlarse de mí. Luego lo mandaré a guerrear. A ver si lo matan. Me choca.
Consejero: ¿Por qué, su Majestad?
Rey: Porque me gusta.
Consejero: Podrían negociar. Hacer un triángulo.
Rey: No. Aunque me quede con las ganas. (Se escucha un gran alboroto proveniente del mercado. El Rey va hasta la ventana y observa) ¿Lo ves? ¿Lo ves, Consejero? ¡La fayuca! ¡La fayuca! Los compinches de este bicholudo, los extranjeros, han levantado por todo el tianguis sus puestos de fayuca, los mismos productos como los nuestros, pero venidos de allende el Lago; de Chiautémpan. ¡Por Quetzalcóatl! ¡Qué ignominia! Y mis inspectores de Hacienda, ¿qué hacen? Habrán cobrado mordida, qué corrupción. ¡Mira, mira a la indiada! (El Consejero mira por la ventana) Arrebatándose las tilmas, los sarapes, los taparrabos, los rebozos, los gabanes; venganza tlaxcalteca, hay que bajarle de inmediato los precios a lo de Chiconcuac. ¡La ruina! ¡Por Júpiter! Anda, haz traer a ése, que lo bajen del guayabo, ya estuvo suave, vamos a cerrar cuentas de una vez por todas. ¡Qué hecatombe! ¡La quiebra! Y todo por un chile foráneo, habiendo aquí unos tan cómodos, tan sutiles, ¡tan insignificantes!
Consejero: ¡Por eso! (Sale de prisa)
Rey: ¡Enano! ¡Enano!
Entra el Enano.
Escena VIII
Enano: En ano estaba.
Rey: Baja al tianguis y confisca en mi nombre cualquiera de esas baratijas por las que se pelea el pueblo y tráeme una. ¡Que te acompañen los guardias!
Enano: No podrá ser. Los han secuestrado las esposas de usted, Señor. No vivirán para contarlo.
Rey: Que te acompañe la Dueña y quien quede vivo.
Enano: La Dueña está muerta, Señor.
Rey: ¿Cómo?
Enano: De un ataque de risa, Señor.
Rey: Pues alguien de lo que sobre por ahí.
Enano: Vamos a ver qué sobra, Señor. (Mutis)
Rey: ¡Qué trampa!
Entra Quechilóntzin Stranger.
Escena IX
Quechilóntzin: Misión cumplida, Señor.
Rey: ¿Podrías explicarme…?
Quechilóntzin: La Princesa está servida, ahíta, harta, repleta. (Se toca el cuello con un dedo horizontal) Hasta aquí. Ya no estará más triste la Princesa.
R ey : Podrías explicarme…
Quechilóntzin: El pago de mis servicios será todo eso que escuchas. El libre comercio de mis tribus en todos tus mercados, en tu señorío y más allá, si se puede.
Rey: Pero…
Quechilóntzin: La venta indiscriminada de nuestros productos sobre los tuyos tan chafas. Y la puerta del norte abierta a las transregionales allende del Nevado de Toluca, así como la instalación de nuestras maquiladoras de sandalias, huaraches y pantaletas a la orilla del lago.
Rey: ¡Nunca! ¡Nel!
Quechilóntzin: No habrá boda, entonces, y tu hija quedará desbocinada para burla de todos.
R ey : Y… ¿pero yo qué?
Quechilóntzin: Tu hija confesó que estás en la ruina por tus liviandades y tus excesos, que tu reino sólo produce basura. Deja que mi pueblo se junte con el tuyo como ya lo hemos hecho nosotros, ella y yo. Es bueno. Tú cobrarás lo que desees, derechos territoriales, impuestos, divisas, hasta que mueras y yo seré el Rey consorte de Indiannópalis. ¿Qué dices?
Rey: ¡En la torre! «Yo sé bien que estoy afuera. Pero sigo siendo el Rey».
Quechilóntzin: En tu trono. Y yo, detrás del trono. Podrías viajar, tener nuevas concubinas, algún mayatiux, guerrear por nuevas tierras, pero la economía, yo. ¿Cuándo dispones que sea la boda?
Rey: (Vencido) Cuando te parezca. (Se escucha la voz de la Princesa)
Princesa: Extranjero, mi dueño, ven otra vez, Quechilóntzin, ya vente, aguija.
Quechilóntzin: Marcho, Señor, los deberes conyugales demandan de mi incansable tarea. Entonces, trato hecho. Nos veremos a la hora de comer. (Mutis. Entra el Enano)
Escena X
El Enano trae en las manos una pantaleta. Se la muestra al Rey.
Enano: ¡New Look, Señor!
El Rey toma la pantaleta asombrado.
Rey: ¡Calzones! (Lee una etiqueta de la prensa) ¡Made in Taiwán! ¡Por Con Fut Sé! ¡Por Fu Man Chú! ¡Por Chinastán!
Enano: ¡Y Ricatán! ¡Tan Tan!
Ponen cara de bobos. Música. Oscuro.
Fin de la tortifarsa