Poesía: R.M. Albornoz
Hace dos meses lanzamos a través de nuestras plataformas Desde todas las cosas se levantan cantos (2021), una antología literaria preparada por el proyecto literario El cantar de la palabra con el ánimo de reunir el trabajo creativo de estudiantes pertenecientes a la Facultad de Ciencias y Educación de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá. Durante los próximos miércoles estaremos difundiendo de manera individual las obras de algunas de las personas que hacen parte de este libro, con el deseo de que todo él sea curioseado, compartido y leído gracias a su descarga gratuita aquí.
El poeta que nos acompaña hoy es, además, artista plástico y colaborador de suma importancia en el trabajo gráfico que acompaña a los textos en la antología. ¡Síganse!
Pseudo-discurcidio de un posmoderno
A quien quiera entender/aunque no haya nada que entender
Deconstruirse el alma hasta dejar de ser lo que nunca te dejaron ser:
deconstruir el dedo y la uña;
deconstruir la mano y la huella;
deconstruir la vista hasta la ceguera;
deconstruir la nariz para que no respire y la boca para que no suspire;
deconstruir la lengua hasta que no pronuncie;
deconstruir la teta hasta la tetilla y la tetilla hasta la costilla;
deconstruir el culo hasta que ya no cague;
deconstruir el pene hasta el clitoricidio y el clítoris hasta el penicidio;
deconstruir el cuerpo del sexo hasta que no sienta; hasta que no duela;
deconstruir el fonema y el morfema;
deconstruir el poema hasta el sinsentido —si es que alguna vez tuvo sentido;
deconstruir la palabra —de grafema en grafema— hasta la invidencia;
deconstruir la música y el ruido;
deconstruir ¡todos! ¡todos los sonidos!;
deconstruir el sueño hasta la realidad, porque de realidad se alimenta el sueño;
deconstruir la realidad para que no exista el sueño;
deconstruir toda idea del pensamiento;
deconstruirse tanto, ¡tanto!, hasta no creerse;
deconstruir la vida siempre muerta;
¡que nadie siente!,
¡que ya no es!,
¡que ya no importa!
Amanecer en cuatro caras
amanezco mi día en pelotas
en la casa grande,
me dice el que dice lo que digo frente a frente;
es el niño hombre, el hombre niño
ya no sueña que es niño en la memoria
y aún es niño siendo hombre.
una palabra juega que es sol
y otra se escurre entre las venas de la cara;
asomando la cabeza
una sola sombra envilecida en el centro de los ojos
dice algo que no escucho,
dice y dice, y dice lo que nunca puede decirse uno en el propio rostro
que es solo una máscara.
el cielo escucha los reclamos sin dar aviso.
el que conoce ya no escapa;
el que sabe no conoce,
la vida se le escapa
¡ay la vida reina de la infancia!
conocer es decir lo que se sabe bajo la almohada cuando nadie escucha;
entender la mañana es asumir la tarde por la espalda y callar, callar…
hasta que se derramen las últimas gotas sobre las manos.
y así llega la mañana en que ya no ruedan las pelotas,
el dolor de espalda aparece con perfumes de esperma seca;
la cerveza caliente entierra toda espuma,
y tres curvas es lo que escribe la mañana,
y una mujer habla, y una mujer calla
y ninguna te dirige la mirada.
y entonces amanece otra mañana, que ya no es mañana
y ya no recuerdas el color de las pelotas;
se te dibuja en la cara el nombre de la desgracia;
sumas minutos restando vida, desmultiplicando sueños,
dividiendo cuadros resultando cuerpos,
y cuerpos que solo se masturban contigo.
la edad madura permaneció dormida en ese otro sueño;
la juventud es reina
pero aquí no llega su voz.
la tierra es nada
en el cuerpo de las noches.
¿quién te cuenta ahora ese dulce cuento de ciervos inocentes?
¿el niño hombre, el poco hombre, el niño niño?
¿quién habla de ti a tus espaldas?
¡este mismo rostro que te acompaña!
¡este que se esconde sin fuerza entre los parpados!
¡este que vuela pájaro, cansado!
¡este número invertido, en dos fuentes!
¡esta fiera que solo es conejo solamente!
son cuatro caras que se despiertan: esta, aquella y otra mañana separada;
la cara del niño hombre, el poco niño, el poco hombre, el poco todo.
Nunca has de ser tu propio huésped
Nunca has de ser tu propio huésped.
Se encuentra en el descenso un impreciso símbolo,
proverbio indefinido de las formas léxicas.
Que tanto penetran. Que tanto niegan.
Nunca has de ser absuelto de ser la presa.
Víctima movediza de la sombra sombra.
Que golpea las pestañas.
Que recuerda la mañana.
Cansado está el anciano que sostiene el cielo.
Espantada está la luna que se desploma
sobre el cáliz con la sonrisa pálida
y se escurre entre la huella pura de los besos
cuando el silencio ya no otorga
y el verbo solo calla.
Tan pronto como se doblan tristes las patas,
lo que ves te miente y duele fuerte, fuerte.
Y aun lo que no ves y lo que no habla,
lo que el espejo no interpreta en la mirada.
Entonces no eres este, ni oeste;
ni este, ni aquel
y nuevamente callas.
¿Puedes decir que tu nombre fue negado?
¿Que todos los minutos son malvados?
¡Quizás! Quizás Responden batallones aturdidos
orbitando sus encarbonizadas almas.
Allá menos cerca que lejos
de las ruinas del templo,
los ahora solo Arcángeles, Heraldos,
Hijos de la gran falacia,
confunden con sus nubes, con su canto.
Y se hace tarde. Ya no hay piedras.
La calle no es la misma. Ante el ombligo sucio se pronuncia
la ruptura que opone toda fuerza. Y el misterio te espanta.
Ya no existe lo externo. Ni lo eterno.
La espada atravesó el sarcófago: cárcel de la esencia verdadera.
Pero la esencia como sagrado fenómeno,
como principio inmutable,
que solo puede ser supuesta y nunca entendida.
¡Tampoco existe!
Y entonces cómo duele ese dolor triste, triste.
Y entonces cómo muerde esa sola sombra… grande, grande.