María Dolors Alibés
(Gerona, 1941 – Ibid., 2009)
Para contar historias a las generaciones más pequeñas hay que tener pasión, no sólo por la infancia, sino por el color y sabor de las palabras; y en ello la catalana fue una maestra, literal y figurativamente: dedicó toda su vida a la docencia tanto como a la escritura, legándonos una obra maravillosa que va fácilmente del humor a la reflexión y que pone en el centro de todo la calidez e importancia de la creatividad. ¡No se la pierdan!
Tempestad en un vaso de agua
Una vez un conferenciante interrumpió por un momento el discurso que estaba pronunciando para beber un sorbo de agua. Y entonces, las palabras que tenía en la punta de la lengua cayeron al vaso y se hundieron.
Hay palabras que saben nadar y otras que sólo saben irse a pique.
La palabra CORCHO, por poner un ejemplo, nada sin problemas sobre la superficie, y mojándose sólo las puntas de los pies de las letras…
La palabra PEZ nada libremente, como un submarino ligero y sin averías. Se desplaza en todas las direcciones o se para a contemplar el paisaje subacuático. No es fácil pescarla con las manos porque es lista y no está por las bromas. Se siente feliz en el agua.
La palabra AZÚCAR se disuelve rápidamente y en pocos momentos se pierde de vista… Y la palabra FUEGO muere sin remedio al primer contacto con el líquido, ni siquiera deja el rastro del cadáver…
Pero ya basta de ejemplos.
De la boca del conferenciante salieron precipitadamente palabras largas, como, TRANQUILIDAD, o cortas, como ORO, o medianas, como JUEGO. Y en el segundo sorbo saltaron CUCHARADA, DOMADOR, MINUTO, PALOMO, HUESO, AUTÓGRAFO y PAN…
El orador siguió hablando y el público decía a media voz y removiéndose en la silla: —¡Qué discurso más raro…! ¡Parece que le falta léxico a este señor!—
En el agua, el término TRANQUILIDAD nadaba reposadamente y sólo la cola de la letra Q quedaba sumergida todo el tiempo.
En cambio la palabra ORO, pese a su poco volumen, había ido a parar al fondo en menos de nada. Le pesaban las OES, según comentario jocoso del vocablo JUEGO.
Había mucho movimiento en el vaso porque la palabra MINUTO, a cada minuto se quería convertir en otro minuto y hubo que pararla…
La palabra DOMADOR las quería amansar a todas. La llamada PALOMO perseguía a la PAN. Y la voz HUESO se atravesó sobre AUTÓGRAFO y le retenía al fondo removiendo nada más que las letras AU, que formaban su cabeza, y las FO, que formaban su cola.
El conferenciante, algo inconsciente, seguía hablando, pese a la falta de palabras. Y los asistentes dejaron de prestarle atención para observar el maremoto de olas en el vaso de agua.
Maremoto por el movimiento, pero también barullo de colores.
Todo el mundo conoce la variedad de tonalidades que tienen de ordinario las palabras. Y en esas circunstancias, más aún a causa de los reflejos del agua y de los remolinos inquietantes.
En el fondo del vaso, la palabra ORO, amarilla y centelleante, parecía un sol al revés y daba calor a las palabras más deslucidas, como PAN, HUESO, DOMADOR…; daba viveza a las tonalidades múltiples, pero pálidas, del vocablo TRANQUILIDAD.
Todas las palabras jugaban animadas por la voz JUEGO, y los asistentes de primera fila hacían, de vez en cuando, el gesto de taparse con el brazo para evitar salpicaduras.
Hacia el final del discurso, el conferenciante sorbió de nuevo un trago de agua y esta vez dejó una sola palabra: la palabra MIEDO.
Al instante se hizo la quietud y el silencio en el vaso, porque la palabra MIEDO es altamente paralizadora.
Se acabó la tempestad, creyeron de buena fe los oyentes de primera fila. ¡Qué paz! Pero no. Simplemente no podían oír cómo el corazón de las palabras, trip trap, trip trap, latía encogido.
Ahora, la palabra MIEDO nadaba como una reina, alargando la EME con aires de suficiencia. Alargó tanto la letra EME, que la palabra PALOMO tropezó con
ella y, creyendo que se trataba de algo comestible, se la tragó sin pensarlo dos veces. Y, naturalmente, la palabra MIEDO sin EME no es nada.
Y volvió el movimiento dentro del vaso, y los colores y los juegos, y la tranquilidad.
Pero nadie se dio cuenta de ello porque el discurso había terminado y todo el mundo se fue a casa.
Este relato hace parte de Cuentos para la hora de los postres (1988) y su traducción pertenece a Miguel Ángel Moreno Gómez.