Nueva Orleans, 1946
Eleanora se miró al espejo, repisó su labial y verificó su tocado de flores, como era costumbre. Siempre soñó con cantar en esa ciudad, con el río Misisipi como testigo, así que sonrió como no lo hacía hace varios días, de manera real. Salió rumbo al escenario. En el pasillo, en medio del bullicio y el chasqueo de las cámaras, logró capturar algunas frases sueltas a su paso; “su voz ronca hechiza”, “transmite magia y soledad al mismo tiempo”, “este lugar estaba reservado para hombres”. Apareció en el escenario y un escalofrío tibio rodeó su cuerpo al ver el teatro abarrotado, aplaudiendo y visiblemente emocionado. Mientras empezaba a sonar el saxofón de la primera canción, Eleanora supo que en ese instante el universo le daba la cuota de felicidad que merecía, que muchas veces le había negado, pero que de ahí en adelante iba por libre, haciéndose cargo de su errática vida.
Lorena Vega, abogada, amante de la fotografía y melómana.
Ejercicio de escritura del Taller De diarios íntimos y otros vicios, dirigido por Angélica González , Bogotá.
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