Por Juan Carlos Acevedo Ramos
El primer canon literario que leí fue el ya célebre El canon occidental de Harold Bloom, anduve días y días entre Shakespeare, Dante, Cervantes, Whitman, Dickinson, Tolstoi, Virginia Woolf, Kafka y entre los cercanos Borges, Neruda y Pessoa.
Ese libro fue la escuela literaria para muchos escritores de provincia que nos mostró visiones distintas, épocas literarias y leer sobre autores y sus obras me aficionó a las antologías. Desde entonces recorro países y regiones de la mano de antólogos, compiladores y críticos.
Hoy he llegado a las páginas del libro LUZ AL VÓRTICE DE LAS PALABRAS. Cartografía poética de mujeres colombianas, una especie de canon, si se permite guardar las proporciones con el ejemplo anterior, donde la poeta y politóloga Martha Cecilia Ortiz Quijano (Tumaco Nariño) nos lleva como lectores de poesía a acercarnos a más de 50 nombres de mujeres poetas de diferentes generaciones y geografías colombianas.
Más que un ejercicio de encuentro, es un trabajo de investigación y disciplina literaria donde las voces de escritoras del país enriquecen la palabra poética para cantar y gritar y registrar el tiempo, la historia que les ha correspondido vivir. Aquí no me acercaré a cada una de ellas y sus poemas sino al libro en general.
En Luz al vórtice de las palabras. Cartografía poética de mujeres colombianas, se registran las poéticas ya no de las autores del canon colombiano, debo aclarar este punto, sino que ese canon conocido y difundido se abre para darle cabida a mujeres que desde las capitales o las provincias han hecho un trabajo silencioso, casi desconocido y han apostado -hace décadas- por una línea multidisciplinaria con la palabra poética, y al decir multidisciplinaria hablo que aquí no sólo están las dedicadas a estudios literarios sino a todo tipo de estudios desde el trabajo social hasta la danza, la fotografía y las artes. Al leer cada poema de las autoras cualquiera notará el prisma desde donde se mira la vida, la poesía.
Esta cartografía como Ortiz Quijano la nombra, permite que algunas de las poetas incluidas se consoliden ya en un contexto que abarca el país, otras harán parte por vez primera de una muestra representativa y otras sin lugar a dudas serán visibilizadas, no porque ellas no lo hayan logrado en sus lugares de residencia, no. Sino que serán visibilizadas porque la vasta y quebrada geografía colombiana no nos permite conocernos entre pares y Martha Cecilia rastreó sus largas o breves trayectorias y hoy las incluye en el libro publicado por Escarabajo Editorial de la mano de Eduardo Bechara Navratilova quien hace posible una circulación en Colombia, una casa editorial independiente que goza de reconocimiento y de lectores y ahí muchas de ellas romperán las fronteras de sus territorios y se leerán en cualquier lugar.
En momentos como los que vivimos, cuando el país busca cambios desde lo político, lo social y también desde lo literario llega este “vórtice” dando nuevos vientos a las palabras de muchas colombianas quienes a través de cada uno de sus poemas nos proporcionan datos sobre las nuevas sensibilidades y las nuevas maneras de nombrarlo todo.
Como no podría ser de otra manera este trabajo que raya entre lo etnográfico y lo literario va a imponer los nombres de muchas hacedoras del lenguaje que irán desde La Guajira con Solenys Herrera Fernández hasta el lejano Amazonas con Francelina Muchavisoy Becerra; serán 51 mujeres en total quienes sostendrán el libro.
Las voces de Anabell Manjarrés, Juliana Enciso, Angye Gaona, Amalia Moreno, Gabriela Arciniegas, Margarita Losada y Yorlady Ruiz acompañarán con su trayectoria las jóvenes voces que en el Valle o Tolima, Risaralda o los Santanderes, Boyacá, Caldas o Córdoba, Putumayo o Chocó escriben desde la pasión, desde la soledad, desde la ausencia, desde la rabia o desde las búsquedas perennes de la poesía.
Aquí muchos nombres y muchos poemas de alta factura se quedarán con los lectores de poesía. Este mapa permite como muy pocos encontrar diálogos entre regiones, entre autoras, entre lenguajes.
La prologuista invitada es la poeta y docente universitaria Luz Mary Giraldo, quizá la voz colombiana más autorizada para hablar de algo novedoso y cuidado como este libro, recordemos que Giraldo carga sobre sus hombros los importantes libros Ellas cuentan. Relatos de escritoras colombianas de la colonia a nuestros días, Cuentos y relatos de la literatura colombiana I y II y Ojos de par en par. Antología de poetas hispánica, por nombrar sólo algunas de sus antologías, estos libros que le permiten mirar con la distancia justa el trabajo y nos entrega en sus palabras preliminares un verdadero ensayo alrededor de las poetas aquí incluidas.
La selección y curaduría de Martha Cecilia Ortiz Quijano permitió traernos un libro limpio, serio, de calidad. Casi una buscadora de talentos, esta poeta tumaqueña puso al servicio de las letras colombianas un rastreo de esos nombres y sus trabajos para divulgarlos en un momento donde la voz de las mujeres ha ganado relevancia como antes no lo había tenido y celebramos por supuesto este momento, donde la búsqueda realizada casi en secreto durante más de diez años, hoy nos revela rutas para recorrer desde la palabra nuestro territorio.
Y para completar su libro Ortiz Quijano abre la cartografía con un pequeño tributo a la gran Maruja Vieira White con motivo del centenario de su natalicio, un abrebocas a la poesía que leeremos.
Este es un libro clave en las letras colombianas, apenas inicia su recorrido, apenas estamos descubriendo lo que tenemos en las manos, pero desde ya su lectura para estudiosos, académicos, críticos, periodistas literarios y lectores como yo se hace necesaria. Es un libro que refresca y nutre el panorama literario nacional.
Selección de poetas
(Santa Marta, Magdalena – 1985)
A la llama idéntica
En los sueños
abro tu boca con una navaja.
Nueve espadas sobre el lecho
interrumpen el descanso.
¿Qué es esto que se derrumba?
—Te pregunto, me pregunto—.
Los escenarios de la ilusión
los encuentros inauditos,
ninguno me concierne.
Haces mucho ruido de pronto.
¿En qué te ofendió la madrugada?
Se ha fracturado el espíritu que nos ata,
canciones frugales se disgregan
por agujeros difíciles de sanar.
Santa Marta se me ofrece sin yo pedirlo,
desviste su cielo lento de matices ralos
y te ve regresar.
Enfrento sin resistencia la tiranía de la poesía,
pues ésta insiste en mí como la ciudad,
como el cielo lento que se me impone.
Divinamente guiada hacia una enseñanza inútil,
dirijo el cuerpo hacia señales equívocas.
El resultado es impreciso,
una llama que frente a su espejo arde dormida.
¿Lo nuestro es sólo mío?
—Te pregunto, me pregunto—,
pero tu boca ha cicatrizado.
(San Andrés, Santander – 1983)
Pero si eres tan frágil
porqué vienes a mí que estoy hecha de piedra
Yo que estoy ciega
ya que podría concebirlo todo
menos tu sonrisa
hecha de hueso
No vengas
y no tendré que cansarme
del sonido tibio de tu espalda al irse
Porque tú y tu sonrisa de carne
tienen la misma forma
de este delirio blanco de pensar
que la línea que trazaste
entre mi cuerpo y la muerte
es tan tierna
madre
como tu bendición
(Bogotá, Cundinamarca – 1975)
Reside en Chile
La calcinada
El hombre que le dio a mi madre el rayo
para que hiciera mi estrella
era un ojo distante y calcinante
Mi madre se volvió una llaga ardiente
Yo no supe nunca lo que sentía
Mi yo era el yo de ella que se observaba
El dolor de ese yo era distinto
A nadie le gusta ver a una llaga
andando por la calle y supurando
Mi madre calcinada
se colaba en mis sueños
como un zumo de madera amarga
Mi madre era un monstruo y una bruja
Yo habitaba su casa de pesadilla
sin gritos, pero en un silencio de Damocles
Nací en un pantano como los sapos
anfibia que no sabía respirar
la mona que no quería vestirse de seda
la bestiecilla
Mamá iba por la calle
con su corazón roto colgando del pecho
y yo iba con ella
con mi pestilencia detrás reptando por la acera
Mi madre y yo repartíamos a todos nuestra vergüenza
¿Qué por qué la ira, me preguntas?
Porque mi madre dolía
(Armenia, Quindío – 1999)
630001
Todas las ciudades
tienen una herida
que palpita y escupe,
que nunca cicatriza.
Una herida que se adhiere
al cuerpo de sus hijos,
sedienta de reposo,
ciega ante el error.
Un dolor que viaja,
un odio creciente
—las ciudades los crían
y ellos se juntan—
se matan,
se entierran,
se olvidan.
Todas las ciudades
tienen una herida.
Y sus hijos,
el mal sabor de una procedencia
sin memoria.
(Cali, Valle del Cauca – 2001)
A las mujeres del espejo
En su momento
no sabías de qué estabas hecha.
Cuál era el mito que narraron otras mujeres para ti
alrededor de la metáfora salvaje,
mientras te hacía la palabra.
No sabias que estabas preparada
para dejar huella de tus cuatro patas en el camino.
Lamerte las heridas y seguir su llamado
terminado en poema.
Ahora te escribo
el mito preciso que nos habita.
Contemplo y canto al recuerdo de la mujer que fuiste.
Cuido su tristeza
para que dé paso
a mi bautizo
a mi certeza de mujer
es decir, a tu nombre.
Y frente a un poema que escribas
te encuentres latiendo de luz
y sepas que siempre
estuviste hecha de mí.
(Tumaco, Nariño – 1972)
El país que llevo
Llevo un país pequeño a las espaldas,
no tiene geografía, es de tiempo,
persiste como huella en la mirada.
Soy de esa tierra océano y continente,
mi cuerpo sus fronteras,
mi alma un símbolo.
Soy arena del Pacífico lejano,
mar que es mi sangre,
mi memoria vaivén de su marea.
Cuando sus olas regresan
traen consigo los olores de un estero,
las especias aferradas a mi lengua,
una casa que me brota bien adentro,
una tarde que revive a mis ancestros,
y en el alto horizonte que me espera,
soy ese mar,
un mar que es tiempo.
(Sibundoy, Putumayo – 1996)
Caminar sin miedo
Recorrer todos los senderos desnudos
así, cuando la flecha cargada de muerte cruce mi pecho
desplegaré mi ser en el río, siendo puro.
Desde el fondo, el agua iluminará la vida de otros
mi risa se escuchará en el trascurrir del agua dulce del río,
mi piel de mujer será hierba mojada,
piel de barro, piel de volcán,
y al horizonte de tu mirada
entre el agua y el sol, volveré arcoíris.