Nadie nos enseña a no extrañar, a dejar de anhelar lo que conocemos y empezar a sucumbir ante lo nuevo.
Era absurdo pensar que aquellos días y noches de tertulia iban a terminar, que de esos momentos en los que la risa era la protagonista, no quedaría ni siquiera el eco vagabundo.
No es mi casa, es la nuestra, la de todos. Recuerdo con añoranza cuando salíamos a la enramada: jugábamos, corríamos, el aire nos rozaba, no había lugar para el silencio ni la calma, el ambiente caluroso nos hacía sudar, pero nunca parar.
Aún puedo escuchar el sonido del portón que atravesábamos para pasar al patio, aquel que parecía tener un hechizo natural con grandes árboles de mango, níspero y coco… entonces me deleitaba mirando aquellas indefensas aves que llegaban a degustar los frutales… los mismos que batallan con la soledad.
Era la casa de todos y ahora de nadie. Ya nadie visita, ya nadie va. El silencio se convirtió en su huésped asiduo.
Unos murieron, otros huimos.
Marbeligne Oberto, venezolana radicada en Bogotá desde hace dos años, periodista de profesión, mamá de tres hijos y escritora por convicción.
Ejercicio de escritura del taller De diarios íntimos y otros vicios, dirigido por Angélica González , Bogotá.
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