Mario Levrero
(Montevideo, Uruguay, 1940-2004)
Mario Levrero, fue un escritor uruguayo, fotógrafo, librero, guionista de cómics, columnista, humorista, creador de crucigramas y juegos de ingenio. En sus últimos años de vida dirigió talleres literarios. Su narrativa es breve e intensa.
Huracán
Es un agitarse de cenizas y de puchos en la estufa del comedor; entonces conviene irse, o encerrarse en el dormitorio o, en último caso, quedarse allí, apretado en un rincón, la cabeza entre las rodillas y las manos cubriendo la cabeza.
La tierra, los papeles, algún objeto, comienzan a girar lentamente —como hojarasca— en el centro de la habitación. Hay un descenso brusco de temperatura y el viento sopla cada vez más fuerte, y todo se va arremolinando, todo hacia el centro, y los muebles son arrastrados y las paredes tiemblan, y se precipita la caída del revoque, y la tierra nos ahoga y nos irrita los ojos, y tenemos sed; quien no se previene es atrapado, y gira y gira; sale a veces despedido contra alguna pared, con violencia, y rebota y vuelve nuevamente al centro y así hasta morir y hasta después de muerto.
Cuando vuelve la calma, salgo del rincón y me paseo por entre los escombros, los floreros rotos, los muebles dados vuelta: todo está hermosamente fuera de sitio, el comedor queda como cansado, como si hubiera vomitado.
Se respira, parece, más libremente.
El unicornio
Se cree que es la hierba lo que lo atrae; por supuesto que no hay ninguna certeza en torno a este asunto, y nuestras teorías no tienen mayor fundamento científico. Pero es interesante anotar algunos datos. Hemos clasificado a la hierba (trabajo realizado por Ángel, el vegetariano) como una variedad criolla —que parece darse sólo en este jardín— de la Martynia†louisiana, que crece en América del Norte; tiene flores grandes, amarillentas, moteadas de violeta. Una vez al año da fruto: una cápsula terminada en punta, con forma de cuerno.
De ahí su nombre popular, Planta Unicornio, y de ahí —según nosotros — la visita anual del animal a nuestro jardín.
A pesar de la paciente vigilancia no lo hemos visto; pero hemos visto, sí, la hierba comida, recortada por dientes, hemos visto un orificio en la tierra —como producido por la punta torneada de un paraguas—, en el borde elevado del charco de agua; hemos visto las huellas de patas de caballo, hemos encontrado bosta fresca, hemos oído una noche flotar un suave relincho, hemos hallado a la mañana siguiente a Luisa —de dieciséis años, que se había plegado a nuestro grupo días atrás—, con el pecho atravesado por un enorme único agujero, desnuda, monstruosamente violada.