Un Lugar para Ti

Narrativa y ficción de Chile: Alfonso Alcalde

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Alfonso Alcalde

(Punta Arenas, 1921 – Coliumo, 1992)

 

 

Escritor agudísimo, Alfonso Alcalde desempeñó el periodismo, la escritura poética, narrativa y ensayística, además de la burla, el sarcasmo y la brevedad. Dentro de sus actividades estuvo ser el jefe de radio de la campaña a la presidencia de Salvador Allende, por lo que en el momento de instauración de la dictadura salió exiliado. En esta recopilación de microtextos —pertenecientes todos a Epifanía cruda (1974)—, equidistantemente cerca de la narrativa como de la poesía, el chileno nos ofrece acceso a su universo literario particular tan parecido a un collage: brillante, intenso, irónico, oscuro y de una ocurrencia magistral.

 

 

Morir por cuatro naranjas

 

Un día La Flaca al salir de compras descu­brió que un hombrecito le quiso vender la doce­na del cura que sólo tiene 11 unidades. Llamó a un policía para hacer la denuncia y en el mo­mento de constatar los hechos comprobaron que en el paquete sólo quedaban 10 naranjas. Lle­gando a su casa contó con gran sorpresa que sólo había 9 y en el momento de comérselas, de nuevo se hizo presente el policía robándole otra naranja delante de sus propios ojos.

 

 

Truco irreverente

 

El conejo sacó de su sombrero al empresa­rio del circo y éste lo dejó cesante ante las burlas de la selecta concurrencia. Desde ese mismo ins­tante los números de fondo fueron el león amaes­trando a la domadora, el cuchillo tirando el arma al artista y el sable que se tragaba una garganta. El empresario, ante las continuas protestas del público, no tuvo más remedio que reincorporar el conejo al elenco estable, pero ya nunca fue lo mismo según una infidencia hecha por sus íntimos.

 

 

Otro manual de asesinos

 

Un libretista de radio no tuvo más remedio que matar a nueve de sus personajes porque el auspiciador del programa cortó la propaganda antes de lo pactado en el contrato. No sólo que­dó cesante sino que al llegar a su casa unos fora­jidos habían asesinado a su madre más o menos en la página nueve del libreto y en la forma explícita que escucharon los auditores, sin medir sus fatales consecuencias. El mismo hecho se repitió en distintos barrios, con una diferencia de hasta cinco décimas de segundo, en todo caso algo más lento que la velocidad de la luz.

 

 

Se supone que el sistema nervioso es culpable de torcidas maquinaciones

 

Casi fue en su origen que le metieron tantas cosas en la cabeza al cerebro. Si bien al comien­zo sólo se trataba de un timbre de alarma (una señora de edad que abría rabiosa la puerta con­denando con el puño a los niños que huían en desbandada), más tarde llegaron torneros, electricis­tas comenzando a desenredar la madeja, conec­tando a su antojo hilos y motores, dejando los resultados a la vista, una complicación que no termina nunca y en permanente corto-circuito. Kilómetros de finos engranajes quedaron sobran­tes y sin destino con los cables sueltos. De ahí que los propios instaladores del sistema regresa­ran a su casa dominados por la esquizofrenia llegando en los extremos de su locura a inventar el cortauñas, la bicicleta, el sartén, los guantes y otras sandeces.

 

 

Víctima y victimario complementan sus soledades

 

El pescador medita sus fracasos y el pez hace lo propio: la laguna del tiempo, la atmós­fera de tan variadas frustraciones y que en este preciso instante convergen y se unen hasta el extremo de identificarse y ser una sola. ¿Qué pasaría si en ese intercambio el pez tuviera el poder de determinar la muerte, de mostrarle al pobre hombre solitario el anzuelo y luego in­ventar toda la historia que justifica, hasta las últimas consecuencias, esas posibilidades del cri­men legalizado?

 

Cómo sentar en la misma mesa a tan irre­conciliables enemigos, venidos los dos de tan le­jos, sabiendo que ninguno dará su brazo a tor­cer, que hay tantos intereses en juego de por medio, que el traje del hombre quedaría colgan­do casi como un espantapájaros si por último el pez lo usara para hacer una operación bancaria o dirigirse a su domicilio con las primeras sombras de la noche atisbando la luz salvadora de algún bar que no aparece nunca.

 

 

 

El muestrario de relatos aquí seleccionados hacen parte de Epifanía cruda (1974), perteneciente a la colección esta américa de la editorial Crisis.

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