Un Lugar para Ti

Narrativa y ficción de Chile: Andrea Jeftanovic

Tiempo de lectura: 4 minutos

Andrea Jeftanovic

(Santiago de Chile, 1979)

 

Escritora chilena, autora de Escenario de guerra, una novela con una fuerza narrativa cercana a la expresión poética. Tamara, la protagonista y narradora, reconstruye su memoria traumática desde lo que se conoce como la literatura de los hijos. El exilio, la guerra, los traumas, el abandono, los olvidos, la muerte, enmarcan la vida melancólica de Tamara. Si el sobreviviente de las tragedias, desde el imperativo del decir no es capaz de expresar toda su experiencia dolorosa, en la novela logra hacerlo a través de las pequeñas imágenes – la novela esta redactada con enunciados cortos y concisos, pero intensos en la expresión–, que van construyendo el dolor hasta hacerlo casi perceptible en el lector. Esta novela representa la manera en que se recuerda: por escenas, fragmentos. Precisamente porque se desarrolla desde el uso de la memoria, logra conectar con el lector, quien se reconoce con esa reconstrucción de pequeñas guerras que escenifican la vida. Escenario de guerra desarrolla la idea de que a través del recuerdo se sobrevive al duelo, recordar es olvidar activamente.

 

A continuación, un fragmento de la primera parte de la novela:

 

1. Función a solas

 

Me siento en la última fila. Desde aquí, el resto de los asientos vacíos se extienden como hileras de tumbas. Se abren las cortinas, estoy en el sombrío comedor de mi casa. Hay algunos elementos: unas estatuas de piedra y el cuero de un lobo aplastado. En una esquina hay una mesa con cinco sillas, la de la cabecera cojea. Unos rosetones desteñidos estampan el papel mural. Comienza la función de mi infancia. Sucesivos cambios de casa, no podemos anclarnos en ningún punto fijo. El camión de mudanzas estacionado a un costado de la acera, los colchones resbalándose del techo y siempre mi triciclo en lo más alto de la pirámide.

 

Estoy hundida en el sillón de felpa. Hago dibujos sobre su tapiz tornasol. Escribo una frase secreta en el respaldo. Me arrepiento y borro a contrapelo el jeroglífico. Escucho a mamá llamándome desde la calle. Mis pisadas repiquetean sobre las palmetas de parqué; el escenario se transforma en un pasillo infinito. Cruzo el luminoso umbral. Como en un ritual de despedida doy la última vuelta por el jardín. Del aseo a medio hacer quedan unos trapos húmedos amontonados sobre los pastelones del patio. Recojo un paño y limpio la ventana de la casa que estamos abandonando. Han olvidado a mi muñeca Patricia a los pies de la escalera. Me quedo  mirándola hasta que el brazo de mi madre me arrastra hacia el auto con el motor en marcha. Lloro con mi cara apoyada contra la fría ventana trasera sin que nadie lo note.

 

Se superponen las ventanas de las casas en las que he vivido: un ventanal gigante que daba a la calle desierta, un tragaluz subterráneo, un armazón de madera hinchado por la humedad del mar, unos barrotes de fierro oxidado que enfilaban una avenida con palmeras, una cristalera que pasó un año trizada. La casa con mis papás, sin mi mamá, con mis hermanos, con unos señores que no conozco. Primero mi habitación en el segundo piso con Adela y Davor. Después en un estrecho apartamento, sólo con papá. Mi cama angosta o mi lecho amplio, que es el mismo de mamá. Nuestras cosas en bolsas, en cajas de cartón, en antiguas valijas amarradas con cinturones. En mi pequeña maleta llevo la foto de una vecina que fue mi mejor amiga. Conservo una botella de vidrio en la que mezclo tierra de todos los jardines donde he jugado.

 

Odio la casa de la avenida con palmeras. Ahí comenzó todo… Están arreglando el inmueble. Van a pintar las paredes, la casa está alfombrada con papel de diario. Las puertas descascaradas y todo lleno de polvo. Camino por las habitaciones y el periódico se rasga, crepita. Me encuentro con Lorenzo. Así se llama el maestro que merodea la casa vestido con un mameluco de tela. Tiene los ojos negros, los brazos velludos, los hombros rectos. Mientras desliza el pincel silba una canción de la radio. Pide permiso cada vez que cruza una nueva habitación. Pinta la cocina, permiso, pinta la sala de estar, permiso, ahora mi cuarto, permiso. Almuerza un bocadillo en la cocina. Duerme una siesta en el patio con el torso desnudo. En la tarde barniza por segunda vez las paredes que pintó en la mañana. Aspiro y la casa huele a un diluyente que embriaga. El maestro le enciende un cigarrillo a mamá, después se encierran en el comedor mucho rato. Pienso en sus cejas que enmarcan una mirada oscura. No tengo reloj, pero sé que es demasiado tiempo. A través de la puerta escucho el crepitar de las hojas de periódico. El pestillo de la puerta me mira con su ojo miope. Apoyada en la ventana alcanzo a contar veintisiete autos que pasan por la calle.

 

Un tiempo después levanto el auricular, escucho que alguien le dice a mamá te quiero y después ríe. Es el maestro. Lo reconozco por esa voz carrasposa. Papá está lavándose los dientes. Grito, pateo las paredes, me arranco los botones del piyama. Papá sale apresurado del baño babeando pasta. Pregunta qué pasa. Mamá levanta una ceja y dice, es otra de sus pataletas. Mi corazón es un tambor, sus golpes aumentan de volumen. Tacatacatá. Se ha apoderado de mí un hipo que resuena bajo mi pecho. La percusión se acelera. Ella me pasa un vaso con agua y azúcar, apaga la luz del dormitorio, cierra la puerta. Ahora mi llanto resuena contra la almohada. Resplandecen en mi cabeza las chispas de ese cigarro compartido. Me mira de nuevo el ojo cíclope de la cerradura del comedor que ofrece una sinopsis en la mirilla tuerta. Los focos de los autos que pasan por la calle iluminan una esquina de mi habitación. Sus formas se dibujan en la pared. Una camioneta acaba de dejar su cabina dibujada en el muro frente a mi cama.

 

Entonces se escucha un rumor tras bambalinas. El director de la obra anuncia que esto ha sido sólo un extracto, una escena. Una función a solas. Se sube el telón, comienza el primer acto.

 

 

La selección y el comentario son de  Lucía Castillo, (Puebla, México, 1988). Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, actualmente cursa la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la misma universidad y tiene un blog donde postea textos fallidos  https://restoscartaceos.wordpress.com 

 

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