El toro negro de Norroway es para Tolkien la versión escocesa de La bella y la bestia. Este cuento es un ejemplo de la tradición oral de Escocia, que ha sido tomado de la Biblioteca de los Cuentos de Hadas.
El toro negro de Norroway
En Norroway, hace mucho tiempo, vivía una dama que tenía tres hijas. Un día, la mayor le dijo:
—Cuéceme un bannock y ásame un collop, porque me voy a buscar fortuna.
Su madre así lo hizo, y la muchacha se fue a visitar a una vieja bruja lavandera y le dijo que se iba a buscar fortuna. La bruja le dijo que si se quedaba vigilando la puerta trasera, su fortuna llegaría. Al tercer día llegó un apuesto hombre en un carruaje de seis caballos.
—Es para ti —dijo la bruja.
La muchacha entró en el carruaje y partió rápidamente.
Al día siguiente la segunda hija llegó a la casa de la bruja. Cuando miró por la puerta trasera de la bruja vio a un apuesto hombre en un carruaje de cuatro.
—Es para ti —dijo la bruja.
Entonces la tercera hija le dijo a su madre:
—Cuéceme un bannock y ásame un collop, porque me voy a buscar fortuna.
Fue a la casa de la bruja lavandera, como sus hermanas antes que ella, y esperó en la puerta trasera a que llegara su fortuna. Nadie llegó el primer día, ni el segundo, pero al tercero apareció un gran toro negro bramando por la carretera.
—Es para ti —dijo la bruja.
La muchacha, aterrada, gritó, pero la bruja la sentó sobre la grupa del toro y se fueron. Corrieron y corrieron hasta que la muchacha sintió que desfallecía de hambre, así que el toro le dijo que comiese de su oreja derecha y bebiera de su oreja izquierda. Ella así lo hizo, y quedó maravillosamente saciada. Más tarde retomaron el rumbo, y el toro no dejó de correr hasta que llegaron a un espléndido castillo.
—Este castillo pertenece a mi hermano —dijo el toro—. Podemos descansar aquí.
Cuando llegaron, el hermano del toro y su esposa acogieron a la muchacha y sacaron al toro a pastar al jardín. Por la mañana, llevaron a la muchacha a un brillante salón y le dieron una hermosa manzana, diciéndole que no la mordiera hasta que tuviera el problema más grande jamás conocido.
Al final del tercer día llegaron a otro castillo, el mayor de todos.
—Mi hermano más joven vive aquí —dijo el toro.
En el castillo le dieron a la muchacha una hermosa ciruela, recomendándole que no la mordiera hasta que tuviera el problema más grande jamás conocido.
Al día siguiente, el toro y la muchacha se fueron hasta que llegaron a una oscura cañada. El toro hizo bajar a la muchacha y le dijo:
—Ahora tengo que ir a luchar con el diablo. Siéntate en una piedra y no muevas una mano o un pie hasta que vuelva. SI te mueves no podré encontrarte nunca. Si todo a tu alrededor se vuelve azul, es que he vencido al diablo; si se vuelve rojo, el diablo me habrá vencido a mí.
La muchacha se sentó en una piedra y no movió ni un músculo. Al cabo de un rato, todo a su alrededor se volvió azul, y en su alegría por la victoria del toro, la muchacha cruzó las piernas. El toro era en realidad el Duque de Norroway, que había sido encantado en forma de un toro negro hasta que venciera al diablo. Pero como la muchacha se había movido, no pudo encontrarla cuando regresó de la lucha.
La muchacha estuvo sentada durante mucho tiempo, llorando sola. Al final se levantó y se fue, no sabía adónde. Caminó sin rumbo hasta que llegó a una gran montaña de hielo. Intentó escalarla pero no pudo, así que intentó rodearla, pero tampoco tuvo suerte. Al final llegó a una herrería, y el herrero le prometió que si le servía durante siete años le haría un par de zapatos de hierro con los que podría escalar la montaña de hielo. Al finalizar los siete años cumplió su palabra, y la muchacha escaló la montaña de hielo.
Cuando llegó a la cima se encontró de nuevo en la cabaña de la vieja bruja lavandera. Fue corriendo a pedirle ayuda, contándole todo lo que había sucedido siete años atrás, y la bruja le dijo:
—Lava estas camisas y te ayudaré a encontrar a tu verdadero amor.
La bruja no le dijo que las camisas, que estaban manchadas con la sangre del diablo, pertenecían al Duque de Norroway, quien había prometido casarse con la muchacha que pudiera limpiarlas. Tras siete años nadie lo había conseguido. La bruja lo había intentado, su hija lo había intentado, pero nadie podía eliminar las manchas. Pero cuando la muchacha lo intentó, las camisas quedaron limpias. La bruja llevó las camisas al dique y le dijo que su hija las había lavado. Entonces el duque y la hija de la bruja se prometieron.
Cuando la muchacha se dio cuenta de que había sido engañada, se acordó de la hermosa manzana que le habían dado y, dándole un mordisco, descubrió que estaba llena de joyas de oro y plata. Fue a la hija de la bruja y le dijo:
—Si retrasas tu boda un día, y permites que vaya a la habitación del duque esta noche, estas joyas serán tuyas.
La hija de la bruja consintió, pero la bruja le puso al duque un somnífero en la bebida, y la muchacha no pudo despertarlo.
Al día siguiente, la muchacha abrió la pera, y la encontró llena de joyas aún más preciosas que las de la manzana. Hizo el mismo pacto con la hija de la bruja, pero una vez más la bruja puso un somnífero en la bebida del duque y no pudo despertarlo.
Al tercer día el duque fue a cazar y sus amigos le preguntaron por los llantos y suspiros que venían de su habitación las dos noches pasadas. El asombrado duque contestó que no había oído nada. Mientras tanto, la muchacha abrió la ciruela, y halló joyas todavía más ricas que las de la pera. Pactó de nuevo y la bruja preparó otro somnífero, pero el duque, sospechando un ardid, tiró la bebida sin probarla.
El duque se acababa de dormir cuando la muchacha entró en su habitación y cantó, como había hecho las otras dos noches:
Siete largos años he servido por ti,
la montaña helada he escalado por ti,
la camisa ensangrentada he lavado por ti.
¿No te despertarás tú por mí?
El duque se despertó y la miró, y reconoció la muchacha que siete años atrás sacó de aquella misma casa y llevó a la montaña en la que derrotó al diablo. Ella le contó todo lo que había pasado desde que él había partido, y él le contó todo lo que le había pasado a su vez. Entonces, repudió a la bruja y a su hija y se casó con la muchacha. Y quizás son felices todavía.