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Narrativa y ficción de Guatemala: Denise Phé-Funchal

Tiempo de lectura: 3 minutos

Denise Phé-Funchal

(Ciudad de Guatemala, 1977)

 

 

Te compartimos un relato de la guatemalteca Denise Phé-Funchal en donde nos ofrece un dedo para la llaga moralizadora de turno, con honda ironía y un delicado estilo narrativo. ¡No te lo pierdas!

 

 

Las buenas costumbres

 

Mamá hablaba de mi hombre ideal, de cómo habría de cuidar de mi, de las cosas dulces que al oído me iba a decir, de las noches de la luna tomados por la mano, de los presentes, de la matemática de los helados.

 

Mamá decía que podía encontrarlo en el supermercado, en el cine, en el banco, en la calle, en un Rolls Royce, que sería un hombre alto, guapo, con ojos claros, de dientes blancos, de pecho ancho, de largas manos, de pies delgados, sensible, romántico, con futuro, quizás ingeniero, médico o pastor

 

Mamá decía que a los veinticinco debía tener dos años de casada, mucama, al menos un hijo, un perro, una buena vajilla y no pagar alquiler.

 

Mamá decía que de nada me serviría estudiar, que dejara la medicina, que seis años de estudio, la especialización y el trabajo no iban a ayudar, pero que no dejara la facultad, que seguro allí encontraría al hombre ideal.

 

Conocí a Manuel que me tomaba la mano, a Andrés en un banco, a Marino en el cine, a Antonio en el supermercado, a Miguel en un Rolls Royce; a Augusto que era ingeniero, a Nicolás que me regalaba helados, a Daniel que era abogado y a Alberto que era pastor.

 

Mamá decía que Manuel no me cuidaba, que lo de Andrés no era profesión; que Marino era judío, que Antonio era pobre, que Miguel era chofer; que Augusto era muy feo, que Nicolás era artista, que Daniel era abogado y que Alberto olía a maricón.

 

A los veinticinco trabajaba en el hospital, no había encontrado al hombre ideal y vivía con mamá.

 

A los veintiséis no tenía mucama y vivía con mamá.

 

A los veintisiete no tenía un hijo, vivía con mamá.

 

A los veintiocho cerraba traumatología, no tenía perro y vivía con mamá.

 

A los veintinueve trabajaba en emergencias, no tenía vajilla, vivía con mamá.

 

El día que cumplí treinta busqué a Manuel que era médico, dos meses después a Andrés que manejaba un supermercado, a la semana a Marino que tenía un Rolls Royce, diez días después invité a Antonio a un helado, en diciembre tomé a Miguel de la mano, ene enero encontré a Augusto que trabajaba en un banco, a la semana cité a Nicolás en el cine, en mayo localicé a Daniel que era abogado y ayer a Alberto que predica desde su balcón.

 

Hoy cumplo treinta y uno y tengo al hombre ideal. Le sobran algunas partes que luego he de desechar. Ahora está en la tina rodeado de frío y de silencio, mi hombre ideal. Caderas y piernas de Manuel, cabeza de Andrés, ojo azul de Marino, verde de Antonio, dientes de Miguel, pecho de Augusto, largas manos de Nicolás, nada de Daniel que es abogado, pies delgados de Alberto, la piel morada, casi verde y el cerebro de mamá que sabe cómo mi hombre ideal se debe comportar.

 

Tengo que pensar en el perro, en la mucama, en comprar una buena vajilla, en la suegra ideal.

 

Tengo que pensar en los invitados, en el juez que bendiga nuestra unión.

 

Tengo nueve meses, quizá un poco más para evitar las malas lenguas, para pensar en el niño, fruto de nuestra unión. Manuel, Andrés, Marino y Antonio eran padres. Debo observar si las partes de nuestro niño tienen todas la misma edad.

 

 

 

Este relato circula libremente por la web y hace parte de Buenas costumbres (2011).

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