Andrés Briseño Hernández
(Jerez de García Salinas, Zacatecas, México, 1981)
Andrés Briseño Hernñandez Escritor y narrador oral. Publicó los libros de cuentos Letras blancas. Letras negras, Iban cayendo las estrellas y otros cuentos y Blancaflor y Panchibaldo. Mención honorífica en el 14º Concurso Regional de Literatura para Niñas y Niños, con el poemario Juegos y canciones. Coordinó, prologó e ilustró los libros Leyendas de Susticacán e ¡Icho! ¿Quién dijo? Tradición oral de Susticacán.
Lectofagia
Ella lee a García Márquez mientras yo tomo un té. Devora las páginas con una fijación enfermiza. El ruido de las hojas sucediéndose me mantiene atento, con un silencio casi sagrado.
Sus dedos se mueven con rapidez, al mismo ritmo de sus ojos. Las líneas restantes del texto cada vez son menos. Su lectura es la más voraz que he visto. Palabra tras palabra, idea tras idea, la historia se vuelve nada, llega a su fin.
A punto de la fatiga no puedo más que fascinarme con la ligereza con que mastica el libro. ¿Cuánto tiempo lleva? ¿Cuánto más tardará? Frente a ella el tiempo de lectura se comprime.
De repente, ella suelta el libro. De forma inesperada comienza a toser sin control. De su boca salen ideas, frases sueltas, párrafos enteros. Es un asma de personajes, un resoplido de técnicas literarias.
Más por el susto que por socorrerla, palmeo su espalda, le traigo agua, le hecho aire con mis manos. Pero no sirve de nada mi auxilio, su estómago se ha descosido y expulsa el texto. Ante mis ojos pululan los Buendía, el Macondo arrasado, la lluvia interminable. Un fluir de bananos, aguas diáfanas y música de acordeón inundan el departamento. La cocina es ahora el establo de un centenar de vacas prolíficas hechizadas con la hermosura de Remedios la bella, mientras una horda de hormigas hambrientas me persigue.
Cierro los ojos asustado, me tiro sobre el sofá y todo termina.
Cuando abro los ojos sólo encuentro los restos del cataclismo. El espectáculo es desgarrador: capítulos enteros, gitanos incomprensibles, bacinillas y daguerrotipos yacen en el suelo.
Ella me mira luego de serenarse, levanta el libro, seca la alfombra llena de té, me sonríe como ofreciendo disculpas y me dice:
-Perdón, es que me atraganté de palabras.
Y vuelve a su lectura, ajena a mi espanto, prometiéndose, para lo próxima, no meterse a la boca trozos tan grandes de texto sin masticarlos bien.