MI BOSQUE
Cae la tarde y es una tarde hermosa, pienso en como habito mis espacios, mis rincones y sonrío, no fue fácil elegir mi rincón, ese lugar donde me acurruco, donde me encuentro conmigo misma. Paso por la cocina y digo ¡no! es un lugar que no me agrada; luego me paro en las ventanas del comedor y miro las montañas, me siento tocada en mi ellas en mi ser más profundo, me devuelvo y camino hacia la sala para preguntarme: ¿será este mi lugar?, puede ser que no tenga un solo rincón y que mi naturaleza habite de forma especial varios espacios. Sí, me gusta mi sala, es un lugar pequeño, para compartir comidas, risas, silencios con mi madre y con mis dos compañeros no humanos: mis gatos. En estos días de cuarentena se ha convertido en el lugar donde me he reconciliado con mi cuerpo, allí dedico tiempo a ejercitarme y darle vitalidad a este templo cuerpo.
La sala es el lugar donde comparto con mi querida madre, donde leemos juntas algún libro que nos interesa, pues el gusto por la literatura nos une a ambas, ahora mismo nuestro libro compartido es Drácula. También es el lugar del ocio, de los momentos en los que no quiero hacer nada, porque estoy exhausta después de una semana de trabajo. Es el lugar de perderme en ese cajón que muestra imágenes e historias llamado televisor, elijo muy bien lo que veo en él, aunque hay días que me dejo llevar, es decir lo prendo y me quedo observando lo que sea que estén pasando sin pensar tanto si me gusta o no.
La sala tiene dos sillones medianos de color azul profundo, mi color favorito, acompañados de una colchoneta vieja, la cual soporta el peso de mi cuerpo en las rutinas de ejercicio; la colchoneta me trae recuerdos de mi abuelo, mi viejo, que ya no está, él también la utilizaba para ejercitar su gastado cuerpo, pero por muy viejita que esté no la pienso cambiar.
LA CUEVA
Pero hay otro rincón en mi casa que me encanta y es mi cuarto: allí esta mi cama, donde he llorado y he reído, donde discurro por mis utopías y desesperanzas, donde he podido encontrar paz y tranquilidad a través de la meditación. Disfruto mucho cuando llega la noche y empieza el ritual de ir a la cama, encender la lampara que esta en la mesa de noche y colocarla en luz tenue; así me siento en una cueva, en mi cueva, con esta luz realizo mis ejercicios de meditación, algunas veces esta luz también me ha acompañado en largas noches de llanto, un llanto que renueva mi alma y se lleva lo me esté causando dolor.
En mi mesa de noche, reposan los libros de turno y mi diario, esa bitácora que me permite mirar como he ido cambiando, además de expresar mis pensamientos más íntimos y profundos. En la pared al lado derecho de la cama, me mira sonriente una fotografía mía recién salida de la universidad, me mira y se ríe, sí se ríe, porque esa chica que esta en el retrato tenia idealizada la educación, porque pensaba que a través de ella se podía cambiar al mundo y hoy se da cuenta que inclusive cambiar ella misma le ha costado mucho; sin embargo, yo le devuelvo la sonrisa y le digo que estoy muy feliz de ser quien soy, de mis derrotas, de mis batallas, de los sueños perdidos y de los sueños realizados.
También amo los rituales y hay cosas del diario vivir que las trato de hacer como un ritual, por ejemplo, ducharme, dejo correr el agua por mi cuerpo y me libero, siento en ese momento una especial conexión con mi cuerpo, el cuál me ha costado llegar a querer, pero lo he logrado poco a poco. He podido encontrar mi espacio, mi lugar en este cuerpo, allí voy construyendo mi ser, tratando de convertirme en lo que quiero ser: una bruja, sí, eso mismo, una bruja. Una mujer que rompe esquemas, que no le importa el qué dirán, que sigue sus pasiones y que ha encontrado la belleza en lo simple.
Diana Marcela Ortíz Duran, humana, imperfecta, feliz. Aspirante a bruja, una mujer que ama soñar, leer y escribir en sus ratos libres.
Ejercicio de escritura del taller Narrativas autoreflexivas, una escritura de lo cotidiano. Dirigido por Angélica González Otero. Educación Continúa, Universidad Javeriana de Bogotá.