Erick fue reclutado por el ejército a los 18 años. La experiencia del entrenamiento y la violencia de la guerra marcarían su postura antimilitar, su profunda sensibilidad y el dolor irreparable que se lee en sus poemas.
Soy un alemán de Dresden en Sajonia,
mi hogar no me dejar marcharme,
soy como un árbol que crece en Alemania,
y como él, también puede marchitarse.
La otra posibilidad
Si hubiéramos ganado la guerra,
con rumor de olas y rugido de tormenta,
Alemania ya no se podría salvar,
y se parecería a un manicomio.
Se nos domesticaría con notas musicales
como a una tribu salvaje.
Al llegar los sargentos, saltaríamos
de la acera y nos cuadraríamos.
Si hubiéramos ganado la guerra
seríamos un estado orgulloso.
Y hasta en la cama apretaríamos
las manos contra la costura del pantalón.
Las mujeres deberían parir niños.
Un niño al año. O a la cárcel.
El estado necesita niños como conservas.
Y la sangre les sabe a zumo de frambuesa.
Si hubiéramos ganado la guerra,
el cielo sería nacional.
Los curas llevarían charreteras
y Dios sería general alemán.
La frontera sería una trinchera.
La luna sería el botón de un soldado raso.
Tendríamos un emperador
y un casco en vez de cabeza.
Si hubiéramos ganado la guerra,
todos seríamos soldados.
Un pueblo de cretinos y armaduras.
¡Y por todas partes alambradas!
Se nacería siguiendo órdenes.
Porque los hombres son bastante baratos.
Y porque sólo con cañones
no se ganan las guerras.
La razón estaría encadenada.
Y la llevarían a todas horas ante los jueces.
Y habría guerras como operetas.
Si hubiéramos ganado la guerra –
¡afortunadamente no la hemos ganado!
Verdún, muchos años más tarde
En los campos de batalla de Verdún
los muertos no encuentran la paz.
Cada día salen de la tierra
cascos y cráneos, muslos y zapatos.
Sobre los campos de batalla de Verdún
andan cristianos armados con palas,
barren costillas y cabezas
y meten a los héroes en cajas.
Arriba en el monumento de Douaumont
yacen doce mil muertos en la montaña.
Y en las cajas esperan en vano
ocho mil hombres ataúdes de su tamaño.
Y de los campesinos se apodera el horror.
Contra los muertos nada puede hacerse.
En los campos limpiados ayer
habrá mañana diez nuevos cadáveres.
Esta región no es un jardín,
y menos el Jardín del Edén.
En los campos de batalla de Verdún
los muertos se levantan y hablan.
Entre espigas y flores amarillas,
entre arbustos y helechos
sacan las manos de la tierra,
para advertir a los vivos.
En los campos de batalla de Verdún
crecen los cadáveres como herencia.
Cada día dice un coro de muertos:
«¡Mejorad vuestra memoria!»
En Alquitrave, no 66, Enero-Marzo de 2017