Camilo Marroquín Díaz
(Neiva, Huila – Colombia, 1992)
Es filosofo de la Universidad Nacional de Colombia, estudiante de la maestría de musicoterapia de la misma universidad, escritor, autor de los libros: Huésped de la realidad (Trilce editores, 2012), Ecos y Destinos (Ediciones Exilio, 2014) y coautor de La persistencia de lo inútil (Trilce editores, 2017).
Ha sido merecedor del primer puesto en el concurso departamental de poesía José Eustasio Rivera en los años 2018, accésits en el concurso Nacional de poesía “la poesía de los objetos” organizado por la Casa de Poesía Silva en el año 2012 y mención de honor en el concurso nacional de poesía que organiza la Universidad del Externado, en el año 2014, con el libro “Dinastía del hombre”
Los poemas que leerás dentro de esta selección forman parte del premio que recientemente recibió Camilo en el concurso departamental de poesía José Eustasio Rivera 2021, donde obtuvo el primer lugar.
Canto de la distancia
Acumulé la fuerza de mil guitarras
a medida que te adentrabas
estruendosamente
en un silencio de desierto fantasma.
No bastaron los acordes que sollozaban
al ver el aire bailar tristemente sobre tu cabello
con olor a costa lunar
y a un mar de profundidades imperiales.
No hubo música que borrara con tímido proceder
cada arruga sobre la sábana helada
por la fiebre de un sol de negra harina.
Ya no recuerdo tu nombre
¿Dafne, Antígona, Justine?
A mis pies hay un pequeño ataúd de plumas
con pájaros adentro que no encontraron
un sueño donde posarse,
sus alas rompen en llanto mudo.
1. La profecía es mujer
Llegó de muy lejos de tus ojos
un recuerdo apenas tatuado,
al llegar te recordó la ausencia nocturna
que dejó mi presencia en tu memoria dorada.
Temblaron tus pechos a la madrugada,
aquellas montañas que escalé beso por beso
con la disciplina de la luz que esculpe la roca
en una playa huérfana.
Tu cuerpo se ahogó de tanta sed.
Fui testigo de la emboscada del tiempo,
escuché la oda del cuchillo de cada día,
dejé que tu respiración me derrumbara
y sangré por un costado racimos de látigos.
Aún espero tu grito de miel,
la danza de los sismos
en tus párpados de nácar.
Último acorde
A mi padre,
in memoriam
En finas esferas reposan confundidos
recuerdos sin amo y sin cuerpo,
sótano de carne, bosque sin silencio.
Vuelve a palpitar el aliento sin sexo
que arde entre máscaras de ceniza,
una gracia decorosa suprime la risa
del bronce y la lujuria.
Se apaga gradualmente la visión
como una vela en el comedor familiar,
yo supe de la sensual bienvenida
del augurio del dulce sueño
cuando la noche perfilaba
disonantes raíces en la memoria
de los guardianes de un cielo ronco.
Alguien susurraba un suave tornado,
una tímida cascada de aire
que, insistentemente, como taladra
un ave carpintero la piel del árbol,
quebraba el pulmón del padre
en la hora del último beso.
Caronte, navegó sobre las lágrimas
de un hospital cansado, oloroso a oxígeno
marchito, entre el alarido de las máquinas
y el ardor médico, mientras el hijo,
en su habitación silenciosa como un planeta desierto,
rogaba a Apolo una canción que retrasara
a la muerte,
obrera incansable del tiempo.