Carolina Bustos Beltrán
(Bogotá 1979)
Es poeta, narradora y docente universitaria. Autora del libro de cuentos Sueño Stereo (2014) y de los libros de poesía Polifonías Dispersas (2018) y Estación Tropical y otros poemas sinuosos (2020).
Los poemas que leerás aquí, forman parte del poemario Lecciones de UrbEnidad, Tabogo y otras ciudades recorridas, que en el año 2015 recibió el tercer premio dentro del Concurso de Poesía de Ediciones Embalaje del XXX Encuentro de Poetas Colombianas del Museo Rayo.
El Dulce Prado
I
Caperucita mintió
vendió todas sus cerezas
y se acostó a ver el atardecer
en el Jardín de las Delicias
II
Les contaré como ese museo de nombre ilustre, situado en un paseo elegante, era un campo de afrentas de señoras castellanas contra inmigrantes sudaKas.
Las señoras castellanas pertenecían a la categoría de gente “blanca” y desabrida. Esa que se comunica en versión monolingüe facho dominante llamada “español” o “castellano” para otros hablantes más versados o bilingües dentro del mismo territorio.
Nosotras éramos las sudaKas,. Esa gente morena de nariz de gancho, cadera amplia y pómulos marcados que por esta vez no éramos debutábamos como sus sirvientas; ni vivíamos del trabajo de hacerlas bellas; ni del cuidado de sus ancianos padres o de sus uniformados niños. Éramos las emigrantes cultas del Dulce Prado, esas que según ellas, le habíamos robado el currito guay a un recién egresado de la Complutense y que por obra y gracia de la misericordia o “el favor” a algún noble estábamos allí gracias a su beneplácito.
Ciertas señoras castellanas se ofendieron de vernos en sus puestos e hicieron pronunciar nuestras “c” sudaKas en su variante castellana, para burlarse de nuestro “seseo”. Repitiendo una y otra vez en la forma correcta la palabra: humillación.
Luego nos miraban sorprendidas cuando alguna de nosotras, sudaKas rucias de SudaKaland, respondíamos de modo impecable en francés, inglés o alemán.
En sus visitas de martes en la tarde, nuestras amigas perfumadas en Nenuco, no soportaban nuestros chistes cuando las mandábamos de visita a París. Muy orondas preguntan: – ¿Dónde está la Mona Lisa? Y nosotras respondíamos con altivez: –En el Louvre, Madame.
Ofendidas nos tiraron las audio-guías en la cara y prometieron vengarse de nuestra ofensa en nombre del rey y de la horrenda reina. Nos mandarían a las cloacas, nos quemarían vivas y nos enviarían deportadas de regreso en sus tres caraberas.
Las menudas señoras castellanas de Valladolor, vecinas de Chamartín, empadronadas con su DNI europeo en MadriX, camuflaban sus bolsas del Dia por las del Corte Inglés y a la Puerta de los Jerónimos exhibían sus pieles de animales muertos que colgaban del cuello.
Burdas e ignorantes, de Goya conocían la calle, del Bosco los malos hábitos y de Velázquez los cuerpos enanos de niñas infantas.
Señoras castellanas, FACHA – da(S) de vestidos apretados. Falsas chulapas que jamás bailarán chotis en San Isidro; ni caminarán por las callejuelas de Lavapiés; ni cruzarán su mirada con la de un hombre negro por Sol; ni sabrán del dolor de un niño que llega a su ciudad después de atravesar el mar en una patera.
Nosotras éramos las sudaKas cálidas y ardientes como la guaracha. Ellas, unas señoras castellanas de narices respingadas y litros de Botox deteniendo su tiempo de sus tardecitas de ocio en un Museo Nacional.
III
La Maja Desnuda
guiñó el ojo
y de su pezón
brotó la sed
que amamantó a Goya.
IV
El miope confunde
la escultura del Poderoso Zeus de Dresde
con una de un Moisés
de quién sabe dónde.
¿Acaso vio las tablas de la ley
inscritas en los pliegues de mármol
que cubren su sexo?
V
Jugaban las Meninas ajedrez
y el perro ladraba al caballete vacío;
entre tanto Velázquez negociaba
el retrato del Benignísimo.
Siglos más tarde vino Francis Bacon,
se hizo una paja
y pintó en cromos violentos el alarido feroz
de un farsante llamado Inocencio X.
VI
Se ven retratos de reyes, de juglares y de cortesanos.
Mujeres decoradas con finos encajes
en la penumbra de paisajes tristes.
Naturaleza muerta es el reflejo
de tres turistas globalizados
que coinciden en el espejo del lavabo.
Circos son los museos
que en vez de hermosas pinturas
exponen la calamidad
de sus visitantes.