Un Lugar para Ti

Poesía colombiana: John Gomez

Tiempo de lectura: 3 minutos

John Gómez

(Bucaramanga – Colombia, 1988)

Magíster en Filosofía y escritor. Director de la plataforma cultural Alter Vox Media, la Editorial Sátiro y la Librería Zarigüeya. Creador del «Certamen Nacional de Poesía Basura John Gómez». Perdedor en infinidad de concursos, premios y convocatorias literarias. Autor de XIII (2019), Baladas Baladíes (2020) Poemas para lidiar con uno mismo de madrugada (2021) y Máscaras (2021).

Algunos de sus poemas han sido traducidos a otros idiomas como francés, griego, inglés, italiano y rumano. Ha hecho parte de un montón de festivales y ferias del libro, detesta las mafias alrededor de las instituciones culturales y sueña con la llegada del fin del mundo. También le gustan los mapaches.

Bailar canciones viejas, atrapados en un bucle
en el que el tiempo parece que no pasa
pero cada día nos hacemos más pobres.

Las doce campanadas del reloj
me hacen pensar en la guillotina.
Siento el filo del tiempo
temblando en mi garganta
y pienso
que a pesar de los esfuerzos
por sobrellevar mi propio abismo,
cada año se nos devalúa aún más
la vida.

Es domingo en Navidad,
la conjunción del tedio por excelencia,
pues es domingo, y todo ha muerto allá afuera,
y no hay nada que hacer en el mundo,
pero también es Navidad,
y un muro gigantesco en Gaza,
en Río Bravo,
nos va aislando poco a poco
de nuestra propia compasión.

En las calles
los mendigos se tropiezan con los borrachos
y los niños juegan con los perros
o hurgan en las basuras
en busca de juguetes olvidados
para alivianar la sordidez
y el hambre.

El tiempo se ha desdoblado
y es domingo, o Navidad,
y hace dos mil años
el hijo de dios
nació en un pesebre
para que las empresas mineras
pudieran contaminar a gusto el páramo,
mientras nos ufanamos
de cerrar la puerta en la cara
a los migrantes.

Mi abuela sirve los tamales
en una mesa en la que ya no caben las mentiras
y es domingo, y Navidad, y mis primos
revisan quien factura más
del otro lado de la sala,
o quien acaba de cerrar
un negocio millonario
para una empresa
que no le pertenece,
y que muy seguramente lo despida,
o lo cambie por un robot
que no se afilie a sindicatos.

Es domingo, veinticinco
de diciembre,
y el mundo
debió haberse acabado
antes de que nos diéramos cuenta,
y quizá este no es el mundo
sino solo su reflejo.

Es navidad, y estoy solo
pero todos están solos
y está bien.

Un meteorito se dirige contra la tierra
pero seguramente nos pasará de largo.

Sobrevivir un día más
para darte cuenta
de que el problema nunca fue el capitalismo
sino tu cuerpo debilitado
que no soporta más medicamentos
contra la fiebre.

Saber que pronto se poblará la tierra
de virus y bacterias milenarias,
y que la extinción total
no vendrá de la mano
de invasiones alienígenas
en Estados Unidos,
ni una tercera guerra mundial
que nunca detonó.

El miedo está allí
pero nunca tuviste material
de héroe apocalíptico,
a pesar que el ex esposo de tu tía
tenga un leve parecido a Jeff Goldblum,
o te sepas de memoria
todos los diálogos
de alguna película de Ridley Scott.

De repente, todo te toca,
y capaz que era mejor
haberse unido a la Fuerza Aérea,
recibir entrenamiento militar
o haber aprendido karate
en un domo venido a menos,
que quedarte en casa
viendo cine cada noche.

El fin del mundo no será televisado,
recuerdas, de repente,
mientras te aferras a las cobijas
para lidiar con los escalofríos
que recorren todo tu cuerpo,
mientas afuera
alguien transmite
un live del juicio final,
y ese alguien
no eres tú.

Escuchar la lluvia al otro lado de la ventana
y pensar
que no pare nunca.

Que el paraguas se convierta
en accesorio indispensable
para el día a día.

Que aprendamos a odiar los lunes,
hacer el amor e ir al mercado
bajo el constante aguacero.

Que cambiemos los carros eléctricos
por motos acuáticas,
y una cita perfecta
sea en un cisne a pedales
en el que el primer beso
nos deje a la deriva.

Que se inunden las calles de nenúfares,
y el croar de las ranas silencie a los gallos
matutinos.

Que los salmones salten alegres
sobre los semáforos.

Que el waterpolo reemplace al fútbol
de una vez y para siempre.

Que logremos perecer, al fin, en un tsunami
en el que se borre todo rastro
de la civilización humana.

Escuchar la lluvia al otro lado de la ventana
y pensar
que cualquier cosa es preferible
—hasta un cataclismo submarino
que enfrentar un nuevo día,
este día
que amanece.

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