Un Lugar para Ti

Poesía colombiana: Michael Benítez Ortiz

Tiempo de lectura: 5 minutos

Michael Benítez Ortiz

(Bogotá, 1991)

 

 

Bachiller. Ha trabajado como editor, periodista musical y vendedor de dulces. Es autor de los libros: Bogotrash (Cuento, 2014), Lo que quería decir era otra cosa (Poesía, 2019) y Papeles (Poesía, 2020). Compiló las obras: Cumpleaños del tiempo de María de las Estrellas y El gigoló de los dioses de Luis Ernesto Valencia. Ha ganado algunos premios literarios sin mucha importancia. Textos suyos aparecen en diversas revistas y antologías de poesía y narrativa. Pueden buscarlo en Google. Es cofundador y codirector de la editorial independiente Ruido Ediciones.

 

 

Nadie saldrá vivo de aquí [1]

 

Por Diego Fernando Gallo Casas

 

Experiencias tan hermosas como La gramática de las hienas no necesitan ninguna presentación, el libro está ahí como una puñalada o una caricia o como un alarido de hiena, de coyote o de jaguar; es la confesión al oído de una infancia terriblemente misteriosa. Y esa confesión es murmullo, estruendo y oración, y es —también— aullido de hiena hambrienta.

 

En este libro hay una voracidad tan delicada, casi imperceptible, pequeñas oraciones que se convierten en poderosas advertencias de un cuerpo que vive y que está a punto de reventarse para alcanzar la visión del chamán o la visión que canta la muerte del ángel negro; un permanente ejercicio de auto-aniquilación que es, al mismo tiempo, afirmación absoluta en la mitad de un desierto negro.

 

Saúl Hernández en “El Equilibrio de los Jaguares” había hecho ya la presentación de este de libro cuando decía:

 

Quiero unirme a los que nunca se fueron

a los que están entre nosotros pero no los vemos

a los que son aliento y emanan fuerza

a los que ven que entre sus huesos

existen partículas fosforescentes de otras vidas.

Hay un río y es muy grande,

dejen que nos lleve de regreso

hay que comprender y unirse a todas

las cosas que son de la tierra

y empezar a comprender el equilibrio

que está alrededor de nosotros

y aprender a ver,

y aprender a ver

y aprender a ver.

El movimiento no cambia tu forma de ser

porque, a fin de cuentas, nunca te has movido.

 

Uno sale de la gramática, mudo, herido, torpe, hambriento, con miedo, con frio, de nuevo con miedo, otra vez con hambre y con sed y otra vez con más miedo; lleno de costras y de pus por todas partes, que es lo mismo que salir lleno de amor por todas partes, y no exagero, y no me importa si exagero, porque no hay lenguaje o un alfabeto, o incluso una gramática, incluso no hay una gramática que dé cuenta de la brutalidad con la que allí se nos presenta la vida en su más putísima claridad de infierno; es inútil pues una presentación que diga lo que allí está como el nervio del volcán[2], sea lo que sea que allí se nos dé Michael: Sumapaz, nosotros mismos, todos nosotros, ustedes y yo, y él, él que está a nuestro lado, como un  ángel  al que todos amamos hasta el asco, lo que sea que esté allí, quizá Dios comiéndose las uñas o lo que sea.

 

Eso que es la gramática, nos destroza la boca y obliga a gritar con fuerza algo que ha quedado en las comisuras de los labios, pero no se puede, eso que es La gramática de las hienas queda atorado en la garganta y no sale, se queda con nosotros como una oración que quema.

 

En la gramática Michael le da nacimiento al infierno y todos estamos allí con la hipodérmica a punto de…  en fin, allí estamos con él, él nos guía para que nos perdamos y tenemos el privilegio o la mala suerte de asistir al encuentro con ese bestiario tan lindo de visiones, mezcla de medievalismo primitivo o inocencia pornográfica, de visiones como balazos que van directamente a donde tienen que ir. Y es falso que las hienas sean mamíferos carnívoros de hermosos ojos verdes, pero sí es verdad que debajo de las cobijas todos tenemos la edad  de una cría de hiena; todos aquí tenemos la edad de Michael que, en este embale de libro,  nos cuida y nos protege de nosotros mismos; él, que nos empuja al abismo de su corazón, como si nosotros tuviéramos la culpa, como si nosotros tuviéramos la culpa de quererlo tanto y porque amamos este libro sin merecerlo, y porque  lo amamos a él como a un niño pequeñito que se ríe y se burla a escondidas, en un rinconcito de la  muerte, de la muerte que se masturba y se orina, grita y vomita, llora y defeca, ríe y es mueca[3].

 

Entonces qué pereza será morirse uno en cualquier momento en esta ciudad de mierda y que Michael y sus poemas no estén al ladito de uno.

 

Esperemos que él y Tristán nos cuiden de las heridas que nos va a abrir este libro tan bello, ojalá le suceda algo a nuestras vidas después de leer La gramática de las hienas o por lo menos nos sintamos un poquito presentes, un poquito como respirando, un poquito como cuando nos duele eso de estar vivos.

 

 

 

***

 

 

La gramática de las hienas 

(fragmentos)

 

 

II

 

De niña curaba con jengibre y limón la tos de los buses de mi barrio. Atrapaba el humo en bolsitas de papel. Mi padre llevaba el pan a casa en esas bolsas alargadas. Mi madre escondía el pan como un secreto para que no lo derrochara en la noche.

Ahora sé que ser madre es pensar en la comida de mañana.

 

 

IV

 

La sangre se congela en los tarros de leche que patean los alacranes de la calle. Niñas muecas con muñecas tocan los sexos de los colores. Se instruyen en masturbarlos. Niños con triciclos hacen equilibrio en la lengua del tiempo. Se raspan las rodillas.

Molí mis huesos diminutos e hice un tetero para alimentar mis juguetes.

 

 

VI

 

Soy hija de Enheduanna. En mi vientre juegan doce conejos. Me los saco uno a uno con las uñas y los cuelgo vivos en mi cueva. Moloch sonríe.

Así se ve la ropa extendida cuando no hay sol.

 

 

VII

 

Mi perra corre por las calles escarbando la basura. Estamos en calor. La persigue media docena de perros que quiere su sangrecita. Los conductores paran y miran el espectáculo. Se olvidan de que existo. Observo desde la puerta cómo se queda unida a un macho casi el doble de grande. Voy a echarles agua helada para despegarlos.

Mi cuerpo es un cactus restregándose en la arena.

 

 

XVII

 

Hice mi guerra sin zapatos, en este piso de vidrios rotos. Hice mi guerra sin aprender a ocultarme, en un jardín de plástico. Adentro la bomba, afuera el escudo de caballo de mar.

No sé dónde tengo más callos: si en los pies o el corazón.

 

 

[1] Presentación del libro La gramática de las hienas de Michael Benítez Ortiz.

[2] Nombre del cuarto álbum de Caifanes.

[3] Fragmento de la letra de la canción “Madre Muerte” de Parabellum.

 

 

 

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