James Tate
(Kansas City 1943, Amherst, 2015)
Dentro del panorama de la de poesía de Estados Unidos, finales del siglo XX, James Tate plantea un lenguaje en el que toma frases de otras expresiones como el periódico, las revistas, la historia, la vida cotidiana y el discurso coloquial. Fue autor de una veintena de libros dentro de los que destacamos The lost pilot (1967), Worshipful Company of Fletchers: Poems (1994) y Selected Poems (1991).
Teaching the ape to write a poems
They didn’t have much trouble
teaching the ape to write poems:
first they strapped him into the chair,
then tied the pencil around his hand
(the paper had already been nailed down).
Then Dr. Bluespire leaned over his shoulder
and whispered into his ear:
‘You look like a god sitting there.
Why don’t you try writing something?’
Enseñándole a un simio a escribir poemas
No tuvieron demasiado problema
enseñando al simio a escribir poemas:
primero lo ataron con una correa a la silla,
luego le ataron el lápiz alrededor de la mano
(la hoja de papel ya había sido clavada).
Entonces el doctor Bluespire se inclinó sobre su hombro
y le bisbiseo al oído:
“Pareces un dios sentado ahí.
¿Por qué no intentas escribir algo?”
The Promotion
I was a dog in my former life, a very good
dog, and, thus, I was promoted to a human being.
I liked being a dog. I worked for a poor farmer
guarding and herding his sheep. Wolves and coyotes
tried to get past me almost every night, and not
once did I lose a sheep. The farmer rewarded me
with good food, food from his table. He may have
been poor, but he ate well. And his children
played with me, when they weren’t in school or
working in the field. I had all the love any dog
could hope for. When I got old, they got a new
dog, and I trained him in the tricks of the trade.
He quickly learned, and the farmer brought me into
the house to live with them. I brought the farmer
his slippers in the morning, as he was getting
old, too. I was dying slowly, a little bit at a
time. The farmer knew this and would bring the
new dog in to visit me from time to time. The
new dog would entertain me with his flips and
flops and nuzzles. And then one morning I just
didn’t get up. They gave me a fine burial down
by the stream under a shade tree. That was the
end of my being a dog. Sometimes I miss it so
I sit by the window and cry. I live in a high-rise
that looks out at a bunch of other high-rises.
At my job I work in a cubicle and barely speak
to anyone all day. This is my reward for being
a good dog. The human wolves don’t even see me.
They fear me not.
El ascenso
Fui un perro en otra vida, un muy buen
perro, y, por lo tanto, me ascendieron a humano.
Me gustaba ser un perro. Trabajaba para un campesino pobre
cuidando y arreando sus ovejas. Lobos y coyotes
intentaron sobrepasarme cada noche, y ni una vez
perdí una oveja. El campesino me recompensaba
con buena comida, comida de su mesa. Puede que
haya sido pobre, pero comía bien. Y sus hijos
jugaban conmigo, cuando no estaban en la escuela o
trabajando en el campo. Tenía todo el amor que un perro
podría desear. Cuando envejecí, consiguieron un nuevo
perro, y le enseñe los trucos del oficio.
Aprendió rápido, y el campesino me llevó a vivir
dentro de la casa con ellos. Le llevaba al campesino
sus pantuflas en la mañana, ya que él estaba
envejeciendo, también. Me moría lentamente, poco a
poco. El campesino lo sabía y llevaba al
nuevo perro a visitarme de vez en cuando. El
nuevo perro me animaba con volteretas y
caricias. Y una mañana simplemente
no me levanté. Me dieron un buen entierro
junto al arroyo, bajo la sombra de un árbol. Ese fue mi
final como perro. A veces lo extraño así que
me siento en la ventana y lloro. Vivo en un rascacielos
desde donde veo un montón de rascacielos.
Trabajo en un cubículo y casi no hablo
en todo el día. Este es mi premio por ser
un buen perro. Los lobos humanos ni me ven.
No me temen.
It Happens Like this
I was outside St. Cecelia’s Rectory
smoking a cigarette when a goat appeared beside me.
It was mostly black and white, with a little reddish
brown here and there. When I started to walk away,
it followed. I was amused and delighted, but wondered
what the laws were on this kind of thing. There’s
a leash law for dogs, but what about goats? People
smiled at me and admired the goat. “It’s not my goat,”
I explained. “It’s the town’s goat. I’m just taking
my turn caring for it.” “I didn’t know we had a goat,”
one of them said. “I wonder when my turn is.” “Soon,”
I said. “Be patient. Your time is coming.” The goat
stayed by my side. It stopped when I stopped. It looked
up at me and I stared into its eyes. I felt he knew
everything essential about me. We walked on. A police-
man on his beat looked us over. “That’s a mighty
fine goat you got there,” he said, stopping to admire.
“It’s the town’s goat,” I said. “His family goes back
three-hundred years with us,” I said, “from the beginning.”
The officer leaned forward to touch him, then stopped
and looked up at me. “Mind if I pat him?” he asked.
“Touching this goat will change your life,” I said.
“It’s your decision.” He thought real hard for a minute,
and then stood up and said, “What’s his name?” “He’s
called the Prince of Peace,” I said. “God! This town
is like a fairy tale. Everywhere you turn there’s mystery
and wonder. And I’m just a child playing cops and robbers
forever. Please forgive me if I cry.” “We forgive you,
Officer,” I said. “And we understand why you, more than
anybody, should never touch the Prince.” The goat and
I walked on. It was getting dark and we were beginning
to wonder where we would spend the night.
Sucede así
Estaba afuera de la parroquia de Santa Cecilia
fumando un cigarrillo cuando una cabra apareció a mi lado.
Era mayormente negra con blanco, con un poco de café
rojizo aquí y allá. Cuando comencé a caminar
me siguió. Me sorprendió y encantó, pero me pregunté
cuáles eran las leyes sobre este tipo de cosa.
Hay una ley para llevar perros con correa, ¿pero qué hay de las cabras?
La gente me sonreía y admiraba a la cabra. “No es mi cabra”,
les explicaba. “Es del pueblo. Sólo es mi turno
cuidándola”. “No sabía que teníamos una cabra”,
dijo uno. “Me pregunto cuándo será mi turno”. “Pronto”, dije.
“Sean pacientes. Todo a su tiempo”. La cabra
se quedó a mi lado. Cuando me detenía ella se detenía. Me miraba
hacia arriba y yo me quedaba mirándola. Sentí que sabía
todo lo esencial sobre mí. Seguimos caminando. Un policía
en su ronda nos miró. “Esa es una majestuosa
cabra la que tiene ahí”, me dijo, deteniéndose a admirarla.
“Es la cabra del pueblo”, le dije. “Su familia lleva
trescientos años con nosotros”, dije, “desde el comienzo”.
El oficial se inclinó para acariciarla, luego se detuvo
y me miró. “¿Le importa si lo acaricio?” me preguntó.
“Tocar a esta cabra cambiará su vida”, le dije.
“Es su decisión”. Lo pensó un minuto,
y luego se enderezó y dijo, “¿Cuál es su nombre?”
“Le llaman el Príncipe de la Paz”, le dije. “¡Dios! Este pueblo
es como una cuento de hadas. A donde mires hay misterios
y maravillas. Y yo sólo soy un niño jugando a los policías y ladrones
para siempre. Por favor perdóname si lloro”. “Lo perdonamos,
oficial”, le dije. “Y entendemos por qué usted, más que
nadie, jamás debe tocar al Príncipe”. La cabra y
yo seguimos caminando. Estaba oscureciendo y comenzamos
a preguntarnos dónde dormir esa noche.
La selección de los poemas es del escritor y poeta colombiano John F Galindo. La traducción, de Daniela Moreno.
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