Un Lugar para Ti

Poesía mexicana: José Leyva Lara 

Tiempo de lectura: 3 minutos

José Leyva Lara

Culiacán – México. 1989

Administrador de oficio y escritor por gusto. Autor del poemario No precisamente el tiempo corre igual para todos

Escribe en @jose.leyva.lara

 

La mirada contra el vacío

Sería justo
mirar adentro,
dejar esta bolsa sin fondo
que me gusta llenar 
                                   de pasados que no vuelven,
                                   y de futuros que nunca llegan,
de cuentos que me invento
para revivir un pasado; 
                                   cada vez más muerto,
                                   más triste, 
                                   más ausente,
con esa manía mía
de tercerizar,
de mantener la mirada baja
para no confrontar
esta vida que se me escapa
de las manos,
que viene y me revienta
en formas de culpas que me cierran los ojos/
que me hacen voltear la mirada/
para no ver
                                   el desenfreno
                                   el vacío
                                   el reflejo de quien mira un cuerpo
                        sin sentido,
sin otra dirección
que sobrevivir otra noche
para despertar deseando ser otra persona
vivir en otro cuento,

en una historieta con finales ciertos/
con sonrisas claras

el vacío es un monstruo voraz
que me hace sentir pequeño,
derrotado en la mirada del presente
/con los brazos rotos/
por no saber gritar de ira
por no querer aventar las palabras que me salven
                                   de este incendio,
                                   de esta explosión
que nunca sale de mi boca,
y que me deja siempre
deseando

                                   convertirme en otro,
                                   arrancarme la muerte de las manos,
                                   la rabia de los dientes,
                                   el odio de mis ojos.

 

Alfarera

Aprendí del amor en el silencio
de la mano de quien poco pudo hacer para escapar del abandono,
del suicidio que significa vivir en la demencia,
en la añoranza de mirar hacia el pasado
y verse en un espejo que poco reconoce.
Solía verla sentada en el sillón, como si el ruido de la tele
pudiera hacer frente a su sordera,
nosotros buscábamos el ruido
por temor a quedar en el silencio,
en ese oscuro espectro
en que las voces se confunden con la nada,

en donde lo único que resta
es el pasado cada vez más lejos,
más amargo, más dolido.

Conocí a Dios

a través de las manos de mi abuela, 

la podías ver

leer en braille las cicatrices de la cara, 

le gustaba tocar el piano con mi piel, 

acariciar el rostro

como el alfarero que talla

con los dedos el semblante que quería conocer,

en la oscuridad donde todos fuimos

una rama que tallaba hasta encontrar la figura de raíz, 

me leía, como quien estudia a tientas

el terreno que conoce y desconoce,

me descubría siempre 

entre sus manos que tallaban sus caricias en la piel,

me gustaba sonreír,
y que palmara cómo se formaban las arrugas en la frente

las mejillas que brillaban al contacto de sus palmas,

En el dedo corazón 

donde siempre

fue más fácil saber que me quería,

que no había palabras 

que pudieran acabar con la distancia del silencio, 

de la oscuridad

que sólo se podía vencer 

a través de la insistencia de sus manos,
del tacto que atraviesa la demencia,
el silencio,
la cicatriz que se quedó perdida.

Solía tocar su rostro
y ver cómo sus ojos
le daban la espalda a su pasado,

y de golpe la encontraba lúcida,
sonriente,
a sabiendas que el instante pasaría,
que significaba solo 
un lapsus en el tiempo
donde mi abuela me veía en la ceguera,
me tallaba con sus dedos en la frente,
y sostenía mi nombre.

 

Mi nombre que es tu nombre

Y llevar en mi nombre

tu nombre

tu apellido

tu abuso.

Las garras

disfrazadas de caricias

de quién 

al niño vio mujer

De quién

en ceguera

apagó las luces

para reconocer el cuerpo intacto

y dejó saña y dolor

cómo cristales en la boca,

cristales en el nombre

en donde siempre

al final de cada lista

resuena en consonante

el apellido,

la marca del tirano,

del hombre que quiso ver

en la niña

la mujer

Y robó

las cosquillas en los labios,

la posibilidad de dormir corrido,

el descanso que todo niño

se merece.

¿Cuál es la moneda de cambio del abuso?

el precio de la infancia

de la ingenuidad primera

y única

con la que se siembra odio en el pecho

¿Cuántos chocolates caben en tu tumba?

ahora

que tus garras se refugian en la tierra,

ahora que no hay descanso,

que la marca de tus uñas

quedan

disfrazadas en mi nombre

que es tu nombre

tu apellido

tu abuso.

Deja un comentario