Un Lugar para Ti

Narrativa y ficción de Palestina: Ghassan Kanafani

Tiempo de lectura: 8 minutos

Ghassan Kanafani

(Akka, 1936 – Beirut, 1972)

 

 

Hombre fundamental dentro de la reciente historia política y cultural de Palestina, el escritor Ghassan Kanafani supo erigir a un tiempo una obra estéticamente intensa y contextualmente rica en su carácter testimonial.

 

 

La tierra de la naranja triste

 

Cuando dejamos Java para ir a Akka, no me sentí mal, era como ir de una ciudad a otra por las fiestas. Por varios días no pasó nada doloroso, yo iba feliz porque gracias al traslado no iría por varios días a la escuela… las cosas empezaron a cambiar cuando (las tropas israelíes) atacaron Akka. Esa noche fue dura para ti y para mí. Las mujeres rezaban, los hombres estaban serios y silenciosos. Tú y yo y todos los niños de nuestra edad no entendíamos lo que pasaba… sin embargo, aquella  noche empezamos a unir los cabos sueltos. Cuando se fueron los soldados israelíes, luego de haber maldecido y amenazado, una gran van paró justo frente a nuestra casa, y algunas cosas (en su mayoría colchones y sábanas) fueron tiradas de un lado a otro. Yo estaba ahí parado, apoyando mi espalda contra la pared de la vieja casa cuando ví a tu madre subir a la van, y luego a tu tía. Tu padre te levantó y te arrojó contra un asiento, y del mismo modo me levantó a mí por sobre su cabeza y me tiró a la caja de acero en lo alto de la van. Ahí estaba tu hermano Riad sentado en silencio. Antes de que pudiera acomodarme, el auto comenzó a moverse y Akka empezó a desvanecerse poco a poco a través del camino zigzag que llevaba a un lugar llamado: “Ra`ss-Ennakoura”.

 

El clima estaba un tanto nuboso, un escalofrío recorrió mi cuerpo, Riad estaba sentado tranquilamente con las piernas en alto apoyadas en la caja de acero y sosteniendo su espalda en el asiento cómo mirando al cielo. Yo estaba sentado en silencio, sosteniendo mis rodillas con los brazos y apoyando mi mentón entre las piernas… A todo lo largo del camino habían árboles de naranja. El miedo y la ansiedad eran los sentimientos preponderantes en todos. El auto andaba con dificultad por la tierra húmeda, a la distancia, oíamos los disparos de despedida*.

 

Cuándo apareció “Ra`ss-Ennakoura”, el auto paró y las mujeres se bajaron para acercarse a un granjero que estaba agachado frente a un cesto de naranjas. Se las llevaron, le oímos lamentarse. En ese momento me dí cuenta que las naranjas eran algo precioso… y que estas grandes naranjas eran algo querido para nuestros corazones. Las mujeres compraron naranjas y volvieron al auto, y luego tu padre dejó su lugar-que era al lado del conductor- estiró su brazo, tomó una naranja, la contempló en silencio y estalló en llanto cómo un miserable niño pequeño.

 

En Ra`ss-Ennakoura, nuestro auto se detuvo en medio de muchos otros autos. Los hombres  estaban entregando sus armas a los agentes de policías que estaban en ese lugar precisamente por eso. Cuando llegó nuestro turno, la mesa estaba llena de armas de mano y máquinas automáticas, y ví la gran línea de autos entrar al Líbano, dejando atrás la tierra de las naranjas… Y empecé a sollozar, tu madre aún miraba las naranjas en silencio, en los ojos de tu padre estaba el reflejo de todos los árboles de naranja que le había dejado a los israelíes en el camino… todos los árboles de naranja que él había plantado. Fracasó al tratar de parar las lágrimas que le llenaban los ojos cuando estuvo en frente del oficial de policía.

Al llegar a Saida, nos convertimos en refugiados.

 

***

El camino nos absorbió entre muchas otras cosas. Repentinamente tu padre parecía más viejo que antes, parecía que no había dormido en mucho tiempo.  Estaba parado a un lado del camino, con los demás que habían sido lanzados a un lado. Sabía que si me atrevía a decir cualquier palabra, él estallaría diciendo: “Maldito sea tu padre, maldito seas”, estas dos maldiciones se veían claras en su rostro. Incluso para mí, que había sido educado en un colegio católico conservador, en ese momento, dudé si este Dios quería hacer a su gente feliz. Todas las pinturas llenas de colores que muestran a Dios rodeado de niños, sonriendo, no eran más que mentiras sobre mentiras que crea la gente que construye colegios católicos conservadores únicamente para beneficiar sus bolsillos cobrando cargos extra. Estaba seguro que el Dios que conocimos en Palestina, nos dejó también y está refugiado en algún lugar del mundo, y que es incapaz de resolver sus propios problemas, y que nosotros, los refugiados, estamos sentados a un lado del camino esperando un nuevo destino para encontrar una solución. Éramos responsables de encontrar nosotros una solución… éramos responsables de encontrarnos un techo. El dolor empezó a apoderarse de la cabeza del inocente niño.

 

La noche era terrible, y la oscuridad empezaba a caer poco a poco, estaba asustado…pensando que pasaría la noche en el camino de cemento, mi espíritu se llenó de pesadillas, no había nadie para calmarme, no encontraba ninguna persona por quién voltearme…el silencio rígido de tu padre acrecentaba más el miedo en mi corazón, y las naranjas en el regazo de tu madre surgían fuego en mi pecho…todo era silencio, todos tenían la mirada fija al suelo negro del camino esperando que una solución apareciera por alguna esquina y nos llevara bajo un techo.  Luego vino el destino…era tu tío que había llegado al pueblo días antes. Él era nuestro destino.

 

Tu tío no era un hombre de grandes valores, y cuando se vio sólo en el camino, se hizo más salvaje aún.  Se fue al cuarto dónde vivía una familia judía, abrió la puerta, tiró todo lo que había en la habitación afuera y les gritó en sus caras: “Váyanse a Palestina”. Obviamente no se fueron a Palestina, pero, intimidados por su rabia y frustración, se fueron a otra parte dejándole un techo y un suelo que disfrutar.

 

Tu tío nos llevó a esa habitación; nos quedamos con su familia. Dormimos en el suelo y nos cubrieron con los abrigos de los hombres. En la mañana cuando despertamos, los hombres seguían sentados en sus sillas… y la tragedia comenzó a penetrar en nuestros cuerpos… ¡en todos nuestros cuerpos!

 

No nos quedamos en Sadia mucho tiempo, el cuarto de tu tío no era lo suficientemente grande ni siquiera para la mitad de nosotros. No obstante, nos quedamos allí durante tres días. Tu madre le dijo a tu padre que buscara un trabajo o de lo contrario que volviera a las naranjas. Tu padre explotó. Su voz temblaba de ira. Entonces empezaron nuestros problemas familiares. La feliz y bien constituida familia, se quedó allí con los árboles de naranjas, la casa vieja, y los mártires.

 

Nunca supe de dónde sacó tu padre dinero. Sabía que había vendido las joyas de tu madre, las que él le había comprado para hacerla feliz y hacerla sentirse orgullosa de él. Pero las joyas no fueron suficientes para solucionar nuestros problemas, se necesitaban otros recursos. ¿Acaso pidió prestado dinero? ¿Vendió algunas de sus pertenencias que trajo sin que nos diéramos cuenta? No puedo decirlo… pero si recuerdo que nos mudamos a un suburbio de Sadia, y allí, tu padre se sentó en una gran roca, y sonrió por primera vez… Esperaba el 15 de mayo para regresar con el ejército victorioso.

 

El 15 de mayo llegó tras un largo y amargo tiempo. Exactamente a las doce me remeció con su pie mientras yo aún dormía y dijo con una voz de trueno: levántate, anda a ver al ejército árabe que entra a Palestina. Me desperté frenético y corrimos descalzos por las colinas, a mitad de la noche, hasta que dimos con la calle que estaba a un kilómetro del pueblo. Todos  los jóvenes y los viejos corrimos como idiotas. Vimos las luces de los autos a la distancia, viajando a “Ra`ss-Ennakoura”. Cuando alcanzamos la calle principal, sentimos el frío, pero tu padre gritando histérico nos hizo olvidarnos de todo… Empezó a correr detrás de los autos como un niño pequeño… nosotros hacíamos señas… él gritaba con una voz quebradiza…quedó sin aliento, pero siguió corriendo tras los autos como un niño pequeño…corrimos detrás de él, gritando cómo él y los admirados soldados estaban ahí, mirando por sobre sus cascos, serios y en silencio…Ya no teníamos aliento, pero tu padre seguía corriendo a pesar de sus cincuenta años. Les tiraba cigarrillos a los soldados. Seguía corriendo y nosotros le seguíamos como un pequeño rebaño de cabras.

 

La procesión de autos desapareció repentinamente y regresamos a casa cansados y exhaustos. Tu padre iba sin palabras, silencioso. Cuando pasó un auto que con sus luces iluminó su cara, lágrimas rodaban por sus mejillas.

 

Luego de ese día, la vida pasó lentamente…éramos engañados con los anuncios…éramos aturdidos por la amarga verdad… el espanto comenzó a invadir las caras, a tu padre se le dificultaba hablar sobre Palestina o sobre los felices días en los árboles de naranja o sobre su casa… éramos las paredes de su tragedia, éramos los viciosos que fácilmente entendimos el significado más allá de su griterío en las mañanas: “vayan a las colinas y nunca regresen antes del mediodía…” Sabíamos que quería distraernos para que no preguntáramos por el desayuno.

 

Las cosas empezaron a deteriorarse. Cualquier pequeño inconveniente era suficiente para gatillar la ira de tu padre. Recuerdo que uno de nosotros le preguntó algo y saltó como tocado por un circuito eléctrico, moviendo sus ojos, mirándonos alternadamente. Una idea maldita atacó su mente. Se quedó como buscando una solución a su dilema. Más allá del sentimiento de ser lo suficientemente fuerte para terminar con su tragedia, más allá del sentimiento de horror que se apodera de uno antes de cometer una acción desastrosa, empezó a hablar disparates, empezó a dar vueltas cómo buscando algo que nosotros no podíamos ver. Luego saltó a una caja que habíamos traído desde Akka. Histérico y asustado arrojaba su contenido. En un momento, como si tu madre, atraída por su intuición materna, supo lo que estaba pasando y nos pidió que saliéramos de la casa y corramos a las colinas. En contra de su voluntad, saltamos por la ventana, y pegamos la oreja  a la madera. Asustados, escuchamos a tu padre decir: Los mataré y me mataré…quiero terminar esto… quiero…quiero…

 

Mirábamos a través de la ranura de la puerta, vimos a tu padre tirado en el suelo y respirando con dificultad, rechinando sus dientes. Tu madre lo miraba desde una distancia. Su cara estaba llena de pavor.

 

Al principio no entendí lo que pasaba. Recuerdo que cuando vi una pistola negra a su lado, me vi corriendo lo más rápido que pude cómo escapando de un fantasma que apareció de repente. Corrí a la colina escapando de la casa…Mientras más me alejaba de la casa, más lejana sentía mi niñez. Me dí cuenta que nuestra vida ya no era la misma: las cosas ya no eran  sencillas como solían serlo y la vida misma era distinta. La situación llegó a tal límite que pegarte un tiro en la cabeza era lo único que podías ofrecerle a tus hijos. Así que de ahora en adelante, teníamos que velar por nosotros mismos, comportarnos, callar cuando el padre habla de sus problemas, no debíamos preguntar por comida sin importar lo hambrientos que estuviéramos, debíamos ser obedientes, asentir con la cabeza y sonreír cuando padre gritara: “vayan a las colinas, y no regresen hasta el mediodía”.

 

Al anochecer, cuando la oscuridad se apoderaba de la casa, tu padre aún estaba ahí temblando en fiebre. Tu madre estaba a su lado. Nuestros ojos brillaban, como los ojos de los gatos en la oscuridad. Nuestros labios estaban cerrados cómo si nunca hubiesen sido abiertos, como si fueran el remanente de una vieja herida.

 

Estábamos amontonados ahí, desligados de nuestra niñez, lejos de la tierra de las naranjas…las naranjas que murieron, como nos dijo un granjero, cómo si una mano extraña las hubiera regado.

 

Tu padre aún estaba enfermo, tendido en su cama, tu madre se ahogaba en trágicas lágrimas que nunca la abandonaron desde ese día.

 

Entré a hurtadillas en el cuarto como un desterrado, cuando vi la cara de tu padre temblando de ira… vi, al mismo tiempo, la pistola negra en la mesa de noche y al lado de ella la naranja…

 

La naranja estaba arrugada y seca.

 

 

* Nota del traductor: la palabra “farewell” frecuentemente no conjugada como «adiós», «hasta siempre», sino  como «despedida» fue popularizada en la obra de Shakespeare y se usaba a modo de último adiós.

 

 

Originalmente, esta obra fue publicada en 1963. La traducción del árabe al inglés fue realizada por N. Habib y la versión del inglés al español es de Jacinta Teijeiro.

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