Alda Esperanza Sánchez Ibáñez
CARTA A UNA AMIGA
Apreciada amiga:
He decidido escribirte esta carta en una época difícil. Sé, que donde te encuentras, hay paz y tranquilidad. Yo no puedo decir lo mismo. Añoro tu compañía, pero me alegra que no estés sintiendo mi incertidumbre y mis temores. El encierro causa zozobra y las noticias no son alentadoras. La muerte ronda en cada casa. Y cada día gana una y otra batalla. Creo que las tantas lágrimas, han desteñido mis ojos, tornándose grises como en ocasiones son las tardes cuando escucho que otro amigo o conocido partió. Cuando se trata de un familiar, la pena es mayor.
Revisando álbumes y fotografías, me di cuenta que también el tiempo ha dejado huella en mi cuerpo. He subido unos cuantos kilos. El sedentarismo se apoderó de los días junto con el intruso Cóvid. Frente al espejo he visto que mi rostro tiene, pronunciadas, nuevas líneas de expresión. Mis lentes tratan de ocultarlas. Ellas insisten en asomarse. Mi pelo ha crecido mucho. Los rizos, de niña frágil y juguetona, tal vez desaparecieron junto con tu partida. Mi pelo ahora es lacio, frágil y de blancas raíces. Ha sido difícil ocultar las canas. Las pinto de negro o castaño y a los pocos días, su brillo plateado vuelve a aparecer. Estoy decidida a lucirlas. Al fin y al cabo son parte de mí, de mi existencia. Mis hijos no son partidarios de verme así, por ellos, seguiría ocultándolas. Pronto como yo, deberán aceptarlo.
Amiga, ¿Recuerdas mi pasión por la literatura?, le cuento que ha sido mi gran aliada. Primero en la docencia, me mantenía entretenida componiendo coplas, versos y guiones de teatro. Mis estudiantes felices y motivados le ponían ganas al aprendizaje. Luego me retiré. Insospechadamente caí en un lapso de quietud, sin rumbo, sin horarios qué cumplir, sin metas. Eso sí, con quebrantos de salud, terapias, pastillas, dolor, discapacidad. Amanecer se tornó difícil. Dolores, calambres, adormecimiento. De maestra, activa, dinámica, inquieta por aprender, comprometida con lo que hacía ahora debilitada. Aquí, la literatura vuelve a aparecer. Bueno, nunca se había ido, quizás estaba junto a mí, aguardando que la llamara, que la ocupara. La quietud desapareció. Las clases cambiaron por pequeñas reuniones, el salón por el porche de mi casa y los estudiantes por adultos mayores, mujeres solas. Todos, con valiosos talentos. Mi esposo y mi hija Alda Teresa, ahora, son cómplices de sueños, de otros y míos. En vez de maestra, soy gestora cultural, directora de una corporación que he ido creando paso a paso.
Tengo una vida nueva y muy interesante. He visto baúles en casas guardados, llenos de poemas y abuelos centinelas que los protegen como el gran secreto que debe saberse antes de que mueran, porque de no hacerlo, serán tristes letras que a nadie interesa guardar como herencia. He visto cuadernos vestidos de colores repletos de imágenes. Poemas e historias de mujeres solas o aún acompañadas que se sienten solas o por su condición prefirieron callar para no ser juzgadas porque en sus escritos muestran realidades. He visto en las aulas papeles arrugados con versos muy tímidos, pero interesantes y al desarrugarlos, se entristece mi alma porque encuentro historias fantásticas de adolescentes que han probado el néctar de la inspiración y al no ser escuchados declinan su empeño y si no es al piso es a la basura donde va el talento.
Son grupos selectos. Hay por todas partes. Más que juzgarlos o aniquilarlos, deben ser honrados y enaltecidos porque son distintos. Aman la lectura, despiertan emociones. Valoran la vida, recrean situaciones. Algunos conocen de escuelas y universidades,. Otros no tuvieron la oportunidad, pero si convergen en el mismo punto. Han puesto a prueba que tienen talento, que son valientes y perseverantes. Saben que hay una muza que a todos inspira, motiva y atrapa. Pierden el miedo frente a la hoja en blanco y deslizan su mano empuñando la pluma, desbordando palabras, conjugando versos, construyendo historias, viviendo recuerdos.
Han ido hilvanando poemas, prosas y cuentos. Sus emociones y sus sentimientos se van condensando tal vez con el tiempo, en libros, carpetas, baúles, cuadernos. Opacan sus hojas de tanto leerlos. Saben que es el talento que Dios ha proveído. No es de guardarlo sino compartirlo. Que se reconozca, no se discrimine o se rechace porque sea una mujer, la autora del escrito o el vocabulario no sea tan fluido. En muchos, las canas han echado raíces y como si llevaran un hijo en su vientre se extasían confiando en la dulce espera. Cada uno goza de un estilo propio.
Amiga, estoy tan segura que soy de los mismos. Esos que confían en que el talento puede cambiar vidas y me uno a ellos. Antes de la pandemia, organicé recitales y tertulias. Toqué puertas y descubrí mágicas recetas para difundir las obras secretas que tanto esperaron y logré que se abrieran a nuevos contextos. Y aunque el Cóvid, se ocupa a cada instante en una guerra sin fin, hemos continuado mostrando el talento. Dios también es mi cómplice. Sabe cuánto le amo, de mi fe y de mi confianza en él. Las redes sociales y la emisora del pueblo abrieron caminos a la tertulia Hilando Recuerdos. Músicos, cantantes, compositores, trovadores, copleros y hasta artesanos se unen al encuentro y doy gracias al proveedor de talentos porque hace realidad el despertar poético obviando límites y fronteras.
Si estuvieras aquí, serías fiel oyente del programa radial que dirijo y quizás formaría parte del grupo. Esta será la primera de muchas cartas que te escribiré para mantenerte al tanto.
Te extraño.
Alda Esperanza
Alda Esperanza Sánchez Ibáñez es docente, gestora cultural, escritora, compositora, amante de la literatura infantil y constructora de sueños.
Ejercicio de escritura del taller “Narrativas Autorreflexivas para Acompañar la Vida”. Dirigido por Angélica González Otero. Educación Continúa, Universidad Javeriana de Bogotá.